La Ciudad

“El día que al escuchar la sirena no sienta adrenalina, le dejo el lugar a otro”

Uriel Ubrera tiene 36 años y hace 17 que es bombero voluntario. Con 14 empezó como cadete en Carcarañá hasta que a los 18 se recibió y empezó su carrera en esa ciudad. Luego de casarse vino a vivir a Roldán y continuó su vocación en el cuartel local: “Cuando escucho la sirena la reacción […]

Foto: Leticia Martiñena

Uriel Ubrera tiene 36 años y hace 17 que es bombero voluntario. Con 14 empezó como cadete en Carcarañá hasta que a los 18 se recibió y empezó su carrera en esa ciudad. Luego de casarse vino a vivir a Roldán y continuó su vocación en el cuartel local: “Cuando escucho la sirena la reacción es dejar lo que estás haciendo y salir. El día que al escucharla no sienta más la adrenalina que siento hoy, le dejo mi lugar a otro”, dice convencido.

Llegó a la entrevista llevada a cabo un sábado vestido con una camisa con el logo de la agrupación, porque después se iba a un curso de capacitación que se brindaba en una localidad vecina. “Como todo bombero voluntario cada uno tiene su trabajo y su sustento para la familia, pero le dedica el resto del tiempo al cuartel. Es un tiempo sin horarios, sin días”, describe Uriel y el presidente de la Asociación local, Walter Turi, asiente a su lado.

Cuando a un niño se le pregunta qué quiere ser cuando sea grande, la de bombero seguramente sea una de las actividades elegidas. A Uriel le “picó el bichito” del voluntariado de muy pequeño por un tío que vivía en Buenos Aires y que también llevaba adelante el oficio. Ese sentido de vocación hoy parece haberse trasladado también a su hijo, y de allí surge un proyecto en común: “Mi sueño es poder compartir una salida con el”, confesó.

Ingresar a un edificio en llamas y salir victorioso luego de rescatar a las víctimas es una escena que tiene más de cinematográfica que de realidad. Hoy su actividad le exige a Uriel una preparación permanente y una fortaleza física y mental de la que pocas veces se habla cuando se cuentan las historias de éxito.

“Cuando me recibí tenía la ilusión de que te daban una manguera, apagabas el fuego y se terminaba. Pero no es así, hoy la preparación es mucho más exigente, las estructuras son diferentes, los edificios son cada vez más altos, hay que ir trabajando sobre los distintos eventos que se presentan”, contó quien en 2013 tuvo que enfrentarse a una de las experiencias más movilizadoras de su vida: el rescate de las víctimas de la explosión del edificio de calle Salta 2141 en Rosario.

“Trabajaba de día y me iba a la noche para allá, estuve varios días casi sin dormir. Fue una experiencia muy dura y movilizante, son cosas que no esperaba vivir. Uno se cree que está capacitado para todo pero no es así, no estás preparado emocionalmente para esas cosas y te chocan mucho”, recuerda en relación a aquella tragedia.

Claro que muchas otras veces la historia para contar después de una salida en la autobomba no es tan extrema y roza incluso lo tragicómico. Casos de estos sobran en el cuartel local, donde les ha tocado desde asistir a un lugar para quitar un panel de abejas, hasta tener que rescatar un gato de adentro de una columna de hormigón, un perro de una zanja, o sacar un caballo que había caído a una pileta.

“En todos los casos tenés que trabajar con mucha tranquilidad, tener confianza en quien está a tu lado porque no sólo le servís de apoyo y seguridad a un compañero sino también viceversa, todos estamos en la misma, todos vamos por la seguridad del compañero y la prioridad número uno, dos y tres es siempre el bombero. No te podés meter en un lugar que no sea seguro porque después tu compañero tiene que rescatar a la víctima y también a vos”, dice Uriel casi como una máxima que se cumple a rajatabla.