Roldán Puras Historias

Próxima parada Estación Roldán

“Pases, boletos y abonos que no estén marcados…”, se escuchaba decir al hombre de la gorra y chaqueta azul.

Por Darío Ávila

“Pases, boletos y abonos que no estén marcados…”, se escuchaba decir al hombre de la gorra y chaqueta azul. “Próxima parada Estación Roldán”. Era la señal que llegábamos a destino. La pesada locomotora aminoraba su marcha, exhalaba una enorme bocanada de humo y hacía sonar con fuerza su estruendosa bocina. Comenzaba el lento movimiento de equipaje y pasajeros. Por la ventanilla un letrero de hierro negro con letras blancas indicaba sin discusión, de qué ciudad se trataba.

Sí…, por acá pasaba el tren…, lo digo casi con bronca, ahora cada tanto pasa un carguero, que no es lo mismo. Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Han conservado el lugar, lo han embellecido, es parte de un hermoso paisaje, pero ya no cumple con la función que tenía, que era llevarnos y traernos todo el tiempo de un lado para el otro. Ha dejado de ser un lugar de encuentro, un punto de partida o de llegada, ya no esperamos a nadie, no despedimos a nadie, no se oyen campanas ni silbatos, las valijas han desaparecido del andén.

La Estación es el centro neurálgico de la ciudad, su emblema, quizás el lugar más preciado, aquello que la identifica. Somos un producto del ferrocarril, o una consecuencia. El sitio con apenas 151 años, es nuestro referente, el punto de inicio, nuestra hora cero. Tal vez la cotidianeidad no nos permita apreciar en su total magnitud, la importancia del lugar.

La Estación Roldán formaba parte del Ferrocarril General Bartolomé Mitre, antes el Ferrocarril Central Argentino, de capitales británicos (Central Argentine Railway) nacionalizado en la década del cincuenta durante la presidencia de Juan Domingo Perón. Actualmente concesionado a la empresa NCA (Nuevo Central Argentino) como transporte de carga.

El último tren de pasajeros que tomé fue en el año 76, tenía que hacerme la revisión médica en el hoy desaparecido Batallón 121, por el tema del servicio militar obligatorio, cosa que afortunadamente no hice. Al año siguiente y para nuestra tristeza el ramal dejó de funcionar. En ese momento no fui capaz de comprender muy bien lo que eso significaba.

Hay una cuestión personal en el tema, mi padre y mi tío trabajaban en ese lugar. Don Pedro era quien vendía los boletos, hacía sonar la campana y enviaba con mano maestra los mensajes telegráficos. El uso del telégrafo no era una tarea fácil, había que estar entrenado. Los mensajes cifrados en código morse, son solo puntos y rayas, nada más. El punto es un golpe, la raya un golpe de mayor duración, una sola letra es la combinación de ambas, todo un lío para armar una mísera palabra. Aunque hoy nos parezca arcaico, el sistema funcionaba de maravillas. Mi padre jugaba conmigo en la mesa y me mandaba mensajes telegráficos con un cuchillo y un tenedor. Sobre el final

creo mentía un poquito, porque era imposible que su memoria y su cabeza se acordaran de todo. Igual ese sonido era música para los oídos…

Mi tío era capataz en la zona de Godoy y Vera Mújica en Rosario y vivía en la casa del ferrocarril que estaba ubicada casi sobre las vías. De noche cuando el tren pasaba, temblaba toda la habitación. Al lado se encontraba el depósito de las zorras, que era como el sueño del pibe hecho realidad. Pasaba horas jugando allí, como también pasaba horas en la garita del guardabarrera. No había sensación más bonita que ver pasar el tren o caminar sobre las vías. Aunque lo intenté jamás pude mover la palanca de la barrera.

Digamos, que me crié entre rieles y durmientes. Entre zorras, locomotoras y vagones. Entre campanas y silbatos. Entre faroles y boletos. Entre telégrafos y mensajes cifrados. Y sin haber sido nunca ferroviario, llevo el ferrocarril en el corazón.

Hoy la problemática del transporte de pasajeros es un tema de muchísima actualidad. La población se ha multiplicado, las rutas argentinas están atestadas de vehículos. Los camiones han copado la parada, destruyen rutas y lo complican todo. El servicio de colectivos ha sido por años altamente deficiente, por usar un término decoroso, con lo cual viajar ya no es un placer. Todo se ha vuelto más pesado, lento y tedioso, además de peligroso. El retorno del viejo y querido tren no solo permitiría descomprimir la delicada situación, sino que además sería una salida maravillosa. El problema es que su vuelta afecta “intereses varios” y por lo tanto “no es conveniente”. Y mientras el mundo crece, se desarrolla y se mueve sobre rieles, y todo funciona a la perfección, acá seguimos padeciendo su ausencia.

Sí, definitivamente la querida Estación es el emblema de la ciudad, su centro neurálgico. Tan importante ha sido para el pueblo, que finalmente y con justa razón, hemos terminado heredando su nombre, y declarando a Don Marcos Gallagher, el primer jefe, su primer poblador.

En el mes de mayo la ciudad cumple años y entonces se pone linda y los festejos se multiplican. Los árboles se tiñen de un amarillo intenso acorde a la situación. Una pesada locomotora negra pasa, echa humo y hace sonar con fuerza su bocina. Y la gente feliz baila por las calles. El lugar elegido es siempre la estación y su hermoso paseo. El epicentro de todo, nuestra mayor alegría.

“Perdón si me ven lagrimear, los recuerdos me han hecho mal…”