La Ciudad

Tulio Adorna: A 18 años del caso que conmocionó a la región

Unos minutos después de las 21 del 4 de octubre de 2003, el joven ingresó al living de su chalé en Funes y asesinó a su padre y su hermano. Además, atacó a la madre y a la abuela. Fue declarado inimputable y hay versiones de que rehizo su vida como actor porno homosexual.

Por: Nicolás Galliari

La noche del 4 de octubre de 2003 no fue una más. Costumbrista, rutinaria y adaptada a que los sucesos que escapan a la cotidianeidad sean olvidados en solo unos días, la región se vio sacudida en aquel momento por los hechos que conmocionaron a la ciudad de Funes con una gran onda expansiva. La tragedia familiar de los Adorna escapó a lo conocido, llegó a los medios provinciales primero y hasta se hizo eco luego en las principales portadas nacionales. A casi dos décadas, lo ocurrido tuvo su correspondiente corolario, aunque el recuerdo de lo sucedido continúa latente.

Pasadas las 9 de la noche, Tulio Adorna ingresó al living de su casa de calle San José al 2400, donde su padre Alberto (50 años) y su hermano menor Germán Jesús (16) observaban por televisión el partido de Independiente ante Colón y aguardaban por el inicio de Newell’s – San Lorenzo. Sin mediar palabra y apenas abrió la puerta, disparó y asesinó a ambos, que fallecieron en el acto. La escena del living era una pintura tétrica; el hombre había quedado recostado en el sillón, en tanto el cuerpo del joven yacía boca abajo en el piso de la sala, con un casquillo de bala a su lado.

La marcha de Tulio, que por entonces tenía 17 años, no acabó allí. Llegó hasta la cocina y también le gatilló a su madre, Alicia Travagliante, quien estaba de espalda y en el momento no se percató de lo sucedido, hasta que vio sangre salir de la zona del tórax. El joven funense había colocado un silenciador a la pistola Bersa calibre 22 antes de comenzar con la faena. Luego, agredió a su abuela, Catalina Dártoli, y se topó con su hermana Nadia, que se estaba bañando y después declaró que él la golpeó y huyó. Leandro, hermano mellizo de Tulio, había salido de casa aquella noche de sábado para ir a un ciber. El arma homicida quedó en el living de la casa, sin el cargador, cuando el responsable de los hechos desapareció.

Al día siguiente, el joven fue hallado en un estado de semiinconsciencia en una casa de Elorza y Dorrego, junto a otras ocho personas. Fue allí que distintos testigos lo escucharon decir “No lo quise hacer, no lo quise hacer”. No obstante, no hay siquiera a día de hoy una persona que lo haya visto a Tulio cometer los actos por los que fue acusado. Cierto es que él aceptó los cargos y que, según la investigación de la causa, estaba en la casa al momento de los actos y no ayudó a ningún miembro de su familia, aunque siempre adujo no recordar aquellos instantes precisos ni los momentos previos o posteriores.

“Esa noche él no era mi hijo”, declaró días después de la tragedia su madre, Alicia, según expuso el abogado Jorge Bedouret.  La razón de su sentencia es que el chico había sufrido una alteración de su conducta y estaba en un estado de turbación jamás visto. Ahora bien, ¿qué misterio o enigmas guardan personalidades como la de Tulio? ¿Qué existe detrás de esos minutos que cambian un destino por completo? O tal vez, el destino era ese y estaba escrito en algún lado. ¿Qué fue lo que hizo desatar tal vendaval de violencia a aquel joven que asistía a una escuela católica al igual que sus hermanos y era un chico sumiso, buen estudiante y más bien retraído?

Luego de ser detenido, Adorna fue enviado primero a la jefatura y luego a una clínica psiquiátrica rosarina, de la que podía salir cada tanto para distraerse y distenderse. Jamás fue mezclado con presos comunes y se le dio una atención prioritaria que, como escribió el periodista Hernán Lascano en La Capital, “no disfrutan quienes no tienen recursos”. Por entonces, un dictamen médico alegó que tenía conductas peligrosas hacia sí mismo y hacia terceros, por lo que era menester una atención cercana hasta que le dieran el alta. Tulio señaló que en los siete meses anteriores a los hechos, había aumentado su consumo diario de cocaína y ácido, pero el examen toxicológico dio negativo en las horas posteriores.

Pese a la insistencia de una jueza y una especialista en psicología que señalaban que el tratamiento no garantizaba que conductas como la de aquel día no se pudieran volver a repetir, Tulio fue absuelto a mediados de 2008, es decir cuatro años y medio luego de aquella noche primaveral de 2003. En ese tiempo, se lo declaró inimputable y el caso se cerró. Dos años antes, un juez de menores había sostenido que el acusado había actuado bajo una “emoción violenta patológica transitoria”, sin comprender la razón de sus actos. Incluso, subrayó una patología de disminución neuronal que lo llevaba a acciones violentas.

La familia abandonó la casa después de la tragedia y se mudó a Fisherton, a escasas cuadras de la agencia de quinielas que poseían. Con un precio de 130 mil dólares, la finca pasó a estar en venta y sobre ella recayó el silencio al que no estaba acostumbrada una familia numerosa. Igualmente, el diario La Capital publicó al cumplirse un año de lo acaecido que, en ese tiempo, se habían sucedido las fiestas y los ruidos de música fuerte por las noches. Por aquel entonces, llegó a decirse que Tulio había regresado a dormir a su hogar y que volvía a Funes, aunque no dejaba verse en público.

Así como escribió el periodista policial Rodolfo Palacios en Infobae, acerca de que “todo lo que hacen los asesinos y ladrones se termina anunciando con pequeños signos o mensajes que quizás no se pueden descifrar”, o como dijo el escritor Enrique Symns (“el asesinato existe en el alma antes de que se cometa el crimen”), la razón de ser del accionar de Tulio muy probablemente se encuentre en los años anteriores a ese octubre. Muchas versiones señalan que “Banana”, como apodaban a su padre, era un hombre agresivo hacia su familia en general y hacia Tulio en particular, con gritos descalificadores.

El propio Alberto había enseñado a disparar a cada uno de sus hijos cuando estos eran jóvenes, y el arma descansaba cada día en su mesa de luz. “Según el abogado Bedouret, el padre era autoritario, pegador. Su violencia llegaba a extremos de sadismo: en una casa donde se hacía un culto del dinero, amenazaba continuamente con abandonarlos y dejarlos en la ruina. Y Tulio era el destinatario privilegiado de humillaciones y sobrenombres descalificatorios. El abogado asegura que eso acentuó las tribulaciones del chico, ahondó su personalidad apática y lo encaminó a la evasión de la droga”, escribió Lascano en el principal diario rosarino. Además, una investigación profundizó en que Alberto era contribuyente ilegal del área policial de Unidades Especiales como capitalista de juego.

Una de las preguntas que realiza en uno de sus artículos Palacios, especializado en la literatura del hampa, es qué sucede con el homicida a posteriori. “¿Qué pasa con ese asesino? ¿Se mata a sí mismo? ¿Se reinventa? ¿Qué pasa con la sociedad ante ese ser despreciado cuando cometió el crimen?” Lo cierto es que el tiempo pasó y Tulio se alejó de Funes, como si decidiera hacer la de Calamaro y “arreglar todo lo que hice mal, todo lo que escondí hasta de mí”. Diversas informaciones apuntan que se transformó en actor porno homosexual en Berlín, Alemania, para una de las agencias de ese rubro más conocidas del mundo.

La vida continuó para la familia y cada uno pudo rehacer su camino, más allá de que las esquirlas de aquel drama llegan hasta hoy. La reinvención de aquel joven, que luchó ante sí mismo antes y después de aquel sábado fatídico, puede haber sido posible con el tiempo. Una de las intenciones de quien escribe es que alguna vez él pueda contar su versión, para así conocer su costado humano y qué existe del otro lado. Aquella noche, Newell’s perdió su partido ante San Lorenzo, pero ¿qué más da?.