La Ciudad

Barceló: “Me condenaron por caza furtiva y venta ilegal cuando nunca cacé ni vendí”

El dueño del vivero, de 81 años, todavía no puede creer el fallo en su contra y sostiene: “Los guacamayos son todos nacidos en cautiverio, no los van a poder soltar porque no saben alimentarse”.

Miguel Barceló se levanta bien temprano todas las mañanas y le dedica casi la totalidad de su tiempo a las aves que todavía le quedan. Son tres guacamayos que hace un año cuando le cayó el allanamiento con policías federales incluidos le dejaron ya que eran recién nacidos y no podían subsistir si no era de su mano. Tiene además diez tricolor y ocho ojos de buey que no son considerados autóctonos y por lo tanto, no se los llevaron.

“Esto es lo que me mantiene, aunque mi vida eran los 32 guacamayos. Yo siempre soñé con llegar a 50, pero no me dejaron ni uno, sólo tres pichones que ya me dijeron que se los van a llevar también”, dice el hombre en diálogo con El Roldanense a muy pocos días de haber conocido el resultado de una sentencia que no comprende y a la que no le encuentra sentido: “Me condenaron por caza furtiva y venta ilegal, cuando yo nunca cacé ni vendí”, asevera.

La propuesta de la Justicia es soltar todos los animales en su hábitat natural después de “rehabilitarlos”, aunque Barceló asegura que en el caso de los guacamayos esa reinserción va a ser imposible: “Son todos nacidos en cautiverio, ninguno sabe alimentarse ni valerse por sus propios medios”, aseveró.

Miguel mantuvo hasta último momento la esperanza de recuperar sus aves, pero tras un año de proceso judicial sus abogados le recomendaron que lo mejor era llegar a un acuerdo para evitar seguir dilatando las cosas: “Firmé porque me dijeron que firmara pero lo que más me molesta es que me culpen de todo esto que no es verdad”, sostiene con la voz bien firme.

“Se llevaron 29 papagayos de los cuales 28 habían nacido acá y uno que nos habían regalado de Carcarañá que estaba en el parque sarmiento y lo habían dado a protectoras de animales”, contó sobre el origen de esas aves que eran su vida.

“Los loros habladores los había traído una gente que los tenía en una jaula y se iban a vivir a un departamento y no los podían tener más. Otro llegó porque se murió el hijo y el padre me lo trajo, y dos más me los trajeron de Cañada de Gómez una gente que lo había comprado cuando el nene era chico y en vez de que sigan en jaula, los trajeron acá”, relató.

“También tenía cinco cardenales. Me los trajo un compañero de trabajo de mi hijo porque eran del padre y cuando murió los largó pero no volaban. Acá los pusimos en un jaulón de 25 metros por 6 de ancho y ninguno volaba más de dos metros”, agregó.

“Son animales que los crié de recién nacidos y eran mi familia, esto me indigna mucho”, cerró Barceló.