La Ciudad

COVID-19: entre el desafío de la vacuna y el de la desinformación

La roldanense Pilar Cisana es Licenciada en Biotecnología (UNR) analiza las posibilidades de encontrar una vacuna contra el coronavirus y los plazos que se manejan.

Por: Pilar Cisana (*)

“El mundo y todos sus habitantes se han liberado de la viruela”, declaraba oficialmente la Asamblea Mundial de la Salud el 8 de mayo de 1980. La enfermedad infecciosa que había devastado a la humanidad durante siglos, finalmente, había sido erradicada. Y, aunque numerosos intentos por controlar al virus causante de la viruela se llevaron a cabo a lo largo de los años en los que la enfermedad azotaba a la población mundial, no se alcanzó el objetivo planteado hasta el desarrollo y la utilización de una herramienta crucial: la vacuna.

Desde su origen, las vacunas funcionan entrenando a nuestros sistemas inmunológicos para posibles futuras batallas contra agentes infecciosos. La vacunación supone el escudo que nos protege de cierta enfermedad, permite a nuestro cuerpo registrar una memoria sobre cómo defendernos ante la exposición a virus o bacterias que, de otra manera, atentarían contra nuestra salud.

Tras el evidente éxito (quizás el mayor en lo que a salud pública refiere) que alcanzó en su propósito la vacuna contra la viruela, muchas otras vacunas fueron producidas y lograron, acompañadas de campañas de vacunación obligatorias, restringir enfermedades como la poliomielitis, el sarampión y el tétanos, entre otras.

Exactamente 40 años después de declarada la erradicación de la viruela, el mundo atraviesa una nueva pandemia originada por un virus. Sin límites ni fronteras, un virus perteneciente a la familia de coronavirus, llamado SARS-CoV-2, desata una ola de contagios. Exactamente 40 años después, la historia de un mundo refugiado en cuarentenas se vuelve a esbozar.

La amenaza que significa lo que muchos deciden llamar “el enemigo invisible” radica fundamentalmente en la ausencia, hasta la actualidad, de tratamientos que combatan la enfermedad o de barreras que nos protejan de manera efectiva ante la misma. Nuevamente, nos encontramos expectantes ante la búsqueda de posibles soluciones, ya sea parciales o totales. Pero esta vez emprendemos esa búsqueda con la convicción (basada en evidencias previas) de que la vacuna es, por excelencia, la pieza maestra de este rompecabezas.

Distintos grupos de investigación y universidades del mundo se encuentran realizando los estudios correspondientes para lograr el desarrollo de una vacuna segura y eficiente contra el COVID-19. Se trata de un desafío para la ciencia por diversos motivos: en primer lugar, porque no existen vacunas para ninguno de los otros coronavirus conocidos; en segundo lugar, porque la vacuna a desarrollar es en base a un virus muy recientemente descubierto y que se va caracterizando día a día; en tercer lugar, porque se emplean nuevas tecnologías sin precedentes en el desarrollo de vacunas; y, por último, porque existe una limitación en la capacidad de producir, una vez lista, una vacuna para miles de millones de personas.

Mediante distintas estrategias, y a pesar de las dificultades que el proceso representa, más de 90 vacunas se encuentran en vías de desarrollo: un hecho inédito en la historia de la ciencia, en el cual cientos de grupos de trabajo se desempeñan a máxima velocidad con un objetivo común. Lo cierto es que, aunque que la comunidad científica acelere su marcha y trabaje a la más alta potencia, no se puede predecir con exactitud el tiempo que tomará tener una vacuna ni cuál de todas las candidatas será más rápida o efectiva.

Por otra parte, el tiempo de producción de las vacunas está, inevitablemente, limitado. Entre otros factores limitantes, se encuentran las fases y ensayos previos por los que debe pasar una vacuna antes de ser distribuida y administrada, mediante los cuales se comprueba que no produce grandes daños y que no es tóxica. Luego de decidir qué tipo de vacuna producir, existe una instancia pre-clínica donde se ensaya en animales, a fines de decidir si protege o no contra el virus. Una vez superados esos ensayos, comienzan a probarse las vacunas en humanos y se estudia que sea segura y eficaz, siendo esta última etapa la mayor contribuyente a retardar el tiempo de obtención de una vacuna definitiva. Actualmente, de todas las estudiadas, 77 vacunas se encuentran en la etapa pre-clínica y otras 6, más avanzadas, ya se ensayan en humanos, lo cual brinda un panorama alentador, pero de ningún modo asegura el éxito.

Mientras los médicos y todo el personal de salud combaten la pandemia desde los hospitales, mientras investigadores ensayan tratamientos, desarrollan tests de detección, continúan con el fuerte desafío de hallar barreras de protección para afrontar la pandemia del COVID-19, se nos asigna (además del compromiso de respetar las normas fundamentales como el distanciamiento físico) la labor de batallar contra otra pandemia que avanza en simultáneo: la pandemia de la desinformación, la desinfodemia.

No transcurrió mucho tiempo desde el auge de las vacunas hasta el surgimiento de agrupaciones que, basadas en cuestiones religiosas, morales o quizás con una débil formación en pensamiento científico, alzaron la voz contra la vacunación, pusieron a esta práctica entre signos de interrogación y determinaron, sin evidencias, que se trata de una práctica peligrosa. Pero el verdadero peligro es en realidad la velocidad con la que se expanden y replican estos conceptos erróneos, por lo cual un desafío tan importante como desarrollar una vacuna es frenar la desinformación que pueda volverla inútil. Se plantea, entonces, como un nuevo desafío cortar con la cadena de circulación que alimenta la desinfodemia y que puede llevarnos a catástrofes sanitarias, como así también concientizar acerca de las consecuencias sociales de sembrar dudas que se instalan como certezas (consecuencias muchas veces irreparables).

Ni inmunidad de rebaño alcanzada en forma natural, ni inyecciones de desinfectantes. Nada de lo que sugirieron y alentaron algunos mandatarios irresponsables. Una vacuna es lo que representa hoy la única esperanza para alcanzar un logro similar al alcanzado 40 años atrás con la erradicación de la viruela. Y aunque la ciencia parece avanzar muy rápido en esta carrera, nunca la ganará del todo si avanza más rápido que ella la desinformación.

(*) Licenciada en Biotecnología (Universidad Nacional de Rosario)