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El campeón que peleó en el Madison Square Garden y pronto se asentará en Roldán

Matías Vidondo, el boxeador que venció a la Mole Moli y se hizo presente en el mítico estadio neoyorquino, hace un repaso por su carrera antes de mudarse a estas tierras.

Las tribunas que se alzaban alrededor estaban repletas, el evento era transmitido por la televisión internacional y había grandes glorias alrededor suyo, por lo que Matías Vidondo se tomó unos segundos para contemplar el momento y guardarlo en su retina. Era el 16 de octubre de 2015 y se encontraba en el Madison Square Garden, epicentro de Nueva York y sitio emblemático de la historia del boxeo. Estaba en el pesaje, enfocado en la pelea que mantendría al otro día en el mismo sitio, en el mismo edificio. Y más allá de que el resultado no fue el esperado, la experiencia significó un punto de partida que, con el tiempo, valoró.

Han pasado casi siete años desde aquel instante, cuando el Matador estuvo cerca de la cumbre. A día de hoy, el boxeador que nació en Neuquén y vive en Rosario desde adolescente, a la vez campeón argentino y sudamericano, es el mismo que compró un terreno en Roldán para asentarse y vivir en la ciudad. “Cuando vine me enamoré del lugar. Es tranquilo, tiene terrenos grandes y mucho pasto”, cuenta, en diálogo con El Roldanense. Vivió la pandemia en un departamento ubicado en pleno centro rosarino, por lo que la idea de cambiar de aire se transformó en una necesidad. Hasta tiene cronometrados los viajes hacia Rosario por autopista.

Parado a la sombra de un árbol en lo que pronto se transformará en su casa, Vidondo recuerda aquella experiencia en Nueva York con lujo de detalles, como si lo hiciera en una línea histórica imaginaria. La derrota en el tercer round ante el cubano Luis Ortiz significó un duro golpe, una caída de la que le costó recuperarse, aunque a la vez pudo utilizarla como trampolín. “Pasé mucho tiempo soñando con ese momento, o con que volaba una mano”, subraya. “Tenía un contrato pre firmado por tres peleas con Oscar De La Hoya. Sobre todo, era el título, no la plata, era la gloria”, recuerda.

Con el tiempo, Matías analizó hasta dónde llegó. “Me fui dando cuenta de lo que alcancé, con las condiciones que siempre tuve acá, sin apoyo ni sponsor de nadie, entrenando y laburando, y sin los tiempos de recuperación de un deportista profesional”, expresa. Si en el libro “Diganme Ringo”, el periodista Ezequiel Fernández Moores señala que un boxeador le teme más a la derrota que a cualquier golpe, por más fuerte que sea, él lo corrobora: “A veces, la gente no tiene dimensión de lo que significa perder para un deportista. No perdí solo la pelea, sino una ilusión, una oportunidad”.

Pasados dos años de la pelea, notó que aquel día también pudo ser una victoria. Abrió su gimnasio, que hoy continúa funcionando, y regresó en otras dos oportunidades a la gran ciudad norteamericana. En una de ellas, con su mamá, se alojó en el hotel Pensilvania, frente al Madison, pero recién en el último día de vacaciones se animó a cruzar la calle. Un año después, fue con amigos y ya pudo entrar sin que sus demonios internos lo abrumaran. De hecho, en esos viajes pudo hacer el turismo que no pudo la primera vez, cuando solo iba a Times Square y la camioneta de Golden Boy Promotions lo acercaba al entrenamiento.

Precisamente, donde se entrenaba en NY era el Méndez Boxing, un gimnasio tradicional. Abrió la puerta, bajó las escaleras y se encontró con el lugar que había imaginado. Era el sitio que materializaba sus ilusiones posteriores, las de abrir su propio gimnasio en un sótano. Si bien hasta ese momento tenía una iniciativa preliminar en su cabeza, producto de lo que había visto en diversas películas, aquello lo marcó y extrajo muchas ideas para su espacio. Más acá en el tiempo, lo hizo realidad en Rosario por calle Mitre al 785, donde funcionaba un espacio icónico de la ciudad. Se encargó de darle el toque neoyorquino.

“Yo era el encargado de seguridad del sótano, donde hoy funciona el gimnasio. Lo miraba y soñaba con lo que es hoy”, rememora Vidondo. Hoy es un sitio repleto de luces, donde entrena hombres y mujeres y también se sube al ring. “Hay gente que va a bajar de peso, otra que lo manda el psicólogo o psiquiatra. El boxeo hace muy bien para descargar tensiones. Es un deporte maravilloso”, enfatiza. A pesar de que se trata de rutinas alejadas de un entrenamiento profesional, él y los profes que lo acompañan se encargan de que sea algo intenso. En el lugar, hay una gigantografía con su imagen, una foto espontánea que le tomaron previamente a viajar a EEUU.

La trayectoria del Matador muestra grandes triunfos en combates que le permitieron acudir al Madison. Uno de ellos fue ante Fabio “La Mole” Moli, a quien le quitó el cinturón de campeón argentino de peso pesado en una victoria por descalificación. También venció a Marcelo Domínguez y defendió su cetro continental, por lo que recibió varias ofertas para pelear ante los nombres más reconocidos en el pugilismo mundial. “Me han ofrecido peleas contra Tyson Fury o Anthony Joshua, pero nunca las acepté. Me llamaban una semana antes. Una vez, me ofrecieron una pelea en China, ganaba 40.000 dólares pero me tenía que tirar. Era un brasileño el promotor, lo saqué cagando”, describe.

Hoy, Matías dice que podría haber peleado contra grandes boxeadores si le permitían una buena preparación. “Ojalá hubiese podido pelear de verdad contra esos nombres, capaz me ganaban, o les ganaba yo, nunca se sabe”, señala. El Madison, el escenario al que subió para pelear ante Ortiz y en el que lo anunció el mítico presentador Michael Buffer, quien incluso actúa en la saga de Rocky Balboa, fue el mismo en el que Jack Dempsey venció a Luis Ángel Firpo y donde Ringo Bonavena peleó ante Muhammad Ali. Es decir, estaba protagonizando su propio momento en donde se había escrito la historia, en donde combatieron sus principales referentes. 

A los 45 años, repasa porqué en el pasado cercano no pudo defender sus títulos e, injustamente, fue despojado de las coronas. “Esperé para pelear, tenía dos o tres rivales pero la federación no los aprobaba. Decía que no había equivalencias”, relata. Al poco tiempo, y sin un previo aviso, otros dos boxeadores argentinos, Ariel Bracamonte y Mariano Díaz Strunz, pelearon por el cetro. “Me dijeron que la primera defensa de Bracamonte, si ganaba, era conmigo. Les contesté que yo era el campeón, no se trataba de la defensa suya, sino la mía”, destaca. Al poco tiempo, Gonzalo Basile peleó por el sudamericano. “Quien estaba a cargo de la federación vio mis mensajes y llamadas, pero nunca me contestó”, narra Matías.

De cualquier manera, no hay remordimientos, o estos se han ido con el tiempo. “Yo no soy un mono para ese circo. Me retiré definitivamente, ya no me interesa. Hago lo que me gusta, estoy feliz laburando en el gimnasio y enseñando el deporte que es mi pasión”, manifiesta. Las cicatrices hicieron mella en su cuerpo, abundan los dolores y tiene algunos desgarros. No obstante, eso no es excusa para no seguir entrenando. “Siempre fui muy honesto, responsable y respetuoso en el deporte”, expresa, y hace referencia a las dos nominaciones a la hidalguía deportiva que recibió por parte de la Unión de Periodistas Especializados en Boxeo (UPERBOX) y a la distinción de mejor pugilista nacional de 2014.

Apasionado por el deporte que eligió desde chico, aún después de integrar la selección de vóley neuquina antes de mudarse a estas tierras, Vidondo recuerda las charlas con sus padres, quienes no querían que fuera boxeador. “Tenía discusiones bravas con mi viejo. Yo le decía que estaba preparado para morir arriba del ring, y él me decía ‘vos no podes ser tan pelotudo’”. Una vez en Rosario, a la par que se subía al ring y comenzó con las clases que aún continúa brindando, estudió medicina y terminó de cursar la carrera. No rindió todas las materias, pero igualmente se desvive por leer sobre el tema y acumula sus conocimientos.

Matías regresa a sus días en la metrópolis estadounidense y recuerda cuando lo entrevistó la HBO, el momento en que intercambió palabras con Juan Larena -relator de box del canal Space- las fotos que se sacó con Bernard Hopkins y Roy Jones Jr, figuras históricas de la disciplina que admira, y el baño que se dio en el vestuario de los New York Knicks. Pasa sus días en el gimnasio del sótano, el que aventuró hace años, y se deleita con cada pelea que observa por televisión. “Me siento a ver el arte, porque soy un apasionado. Por ahí digo ‘mira lo que hizo este loco’, ‘cómo esquivó esa mano’, ‘qué hermoso nocaut’”

Alguna vez, Bonavena explicó el sentir de un pugilista con una simple frase: “Cuando suena la campana, te sacan hasta el banquito y uno se queda solo”. Vidondo fue uno de los cuatro pesos pesados en la historia del boxeo argentino que pelearon por el título, y señala que nunca dejará de ser boxeador. “Estoy retirado, pero los boxeadores morimos con los guantes puestos. La llama todavía la tengo, conservo el ojo de tigre”, cuenta. Mientras se prepara para desandar su vida en Roldán, vuelve por última vez a su carrera profesional. “Mira qué historia, pero la sabemos unos pocos. La sé yo, la sabes vos, pero si no sos Mayweather o Messi, no existís”.