Estancia Santa Rosa: un viaje al esplendor de hace un siglo
La casa que hoy luce abandonada fue modelo a seguir por su trabajo. Se hacían grandes fiestas en cada abril y sus instalaciones eran de lujo. Un retrato de época.
Por: Nicolás Galliari
Lo antiguo y bello siempre tiene un aroma atrayente. Podemos viajar al pasado, imaginar qué sucedió en el lugar donde nos situamos y cómo fue el paso de los años. La estancia Santa Rosa suele generar ese sentimiento en los roldanenses, aún entre quienes todavía no conocen el lugar. Lo vemos con ojos de intriga, como quien ve pasar el misterio e intenta averiguar qué ocurrió. Sobre esas estructuras hoy anquilosadas pesan muchas historias y mitos, desde cuestiones paranormales hasta hechos relacionados con determinados gobiernos.
Poco tiempo atrás, las fotos del lugar que se pudieron ver en redes sociales activaron una creciente propulsión por conocer la historia. Es por eso que, en esta ocasión, nos adentramos en los mejores años de la estancia, los tiempos en que el lugar fue modelo. Para ello, es necesario retrotraerse 100 años, o tal vez un poco más. Durante el inicio del Siglo XX, la casa y sus edificaciones linderas fueron un ejemplo por las formas de trabajo en agricultura.
Reconstruir la historia de Santa Rosa es observar tiempos que ya no existen. El trabajo era diario y reunía a muchos trabajadores que hacían manualmente su labor, a diferencia de estos días en que cualquier máquina puede reemplazar la tarea humana. La familia Sánchez Arbides era dueña de la estancia hace una centuria y el lugar significaba uno de los más importantes de la zona. Las tierras eran mucho más grandes de lo que se conoce actualmente, dado que fueron vendidas diferentes porciones con el paso de los años.
Se hacían trabajos de ganadería y agricultura. Los encargados visitaban cada puesto de trabajo, levantaban las novedades y luego llegaban al casco para entregar el parte de la semana. En las oficinas se definía el rumbo de la estancia y los víveres y elementos que con los días serían distribuidos por cada puesto. En una especie de lejano oeste, funcionaba una casa modelo para otras de la zona, alejada de la gran urbe y con una infraestructura de primera. Por aquel tiempo, Sánchez vivía seis meses en París y la otra mitad de año se repartía entre sus trabajos en Argentina.
Con tambos de holando-argentina, se producía la leche que suministraban luego a empresas de la zona y, además, garantizaba el pago de sueldos. A través de los carros de campo, se llevaba lo producido a una cremería ubicada al fondo de la avenida Pellegrini, una de las calles más importantes de Roldán a día de hoy. Conjuntamente, la estancia tenía pozo calzado para hacer el enfriamiento de la leche y estancia de toros, que eran traídos de La Rural y de exposición para una buena producción.
El primer día de abril representaba una de las grandes fechas para la hacienda. Santa Rosa se celebraba por todo lo alto, con grandes fiestas que convocaban a muchas personalidades de la región y estancias vecinas. Mientras las brasas crujían y se preparaba el asado, la celebración gauchesca tomaba color. El lugar era motivo de copia no solo por el trabajo que se realizaba desde Roldán para el país, con las mejores herramientas, una clasificadora de semillas y una inmensa cantidad de empleados, sino por sus reuniones y festejos interminables.
La empresa de transportes Bianchi, que continúa hasta nuestros días en la ciudad, trabajó durante mucho tiempo con el hogar en cuestión. Realizaban el transporte de lo producido por Roldán y llegaban más allá, para mover la ganadería. Por caso, también llevaban el cereal al mercado de Liniers. Eran años de esplendor, esos que hoy se adivinan cuando uno ve las instalaciones y puede escuchar del relato de adultos mayores que la visitaron o residieron allí. Incluso, de peones que conservan la memoria para relatar lo vivido, como es el caso de este artículo.
El lujo y la belleza predominaban en la casa para lo que era aquella época. Una muestra puede ser el cartel de bienvenida que está hecho en mosaico y aún puede verse en su frente. Como toda construcción antigua de este tipo, las paredes eran muy altas y el techo recién podía verse cuando la vista se elevaba unos cuantos metros. Se trataba de un ambiente frío, pero los moradores y las mucamas de la época se encargaban de calefaccionarlo con los hogares a leña y unos elementos sobre los que volcaban la brasa y servían para calentar las sábanas.
Además, Santa Rosa tenía agua caliente en todas las habitaciones, producto de un tanque que funcionaba con una cisterna, y una cocina económica de hierro. Por fuera del casco, había gran cantidad de puestos para el personal, pero también una capilla, silos para guardar el cereal, una pequeña escuela, herrería, una glorieta, corrales para trabajar la hacienda, pileta de natación, una cancha de tenis, un gallinero, vivero, un sector de caballerizas y un hermoso carruaje para ir al pueblo. La estancia albergaba a una gran cantidad de familias en sus mejores días. El esqueleto de la capilla puede observarse con nitidez en una visita actual al lugar.
Bianchi no fue la única empresa local que trabajó en sociedad con la estancia. La casa Amsler, el mítico edificio ubicado en pleno centro roldanense, en la esquina de San Martín y Urquiza, también tuvo su etapa de brillo. Era una casa de ramos generales que vendía una cantidad inimaginable de cosas, entre ellas, lo que producía Santa Rosa. Por entonces, en Amsler se podía encontrar desde productos de vajilla hasta utensilios, desde balines para un rifle de aire comprimido hasta juguetes. Desde alimentos o productos de necesidades básicas hasta autos. Y la relación entre ambas casas proliferó con los años.
Entre idas y vueltas, SR fue vendida hace poco más de 50 años a Sacreu SCA, de capitales italianos. El trabajo continuó con el dinamismo y la evolución que acarrea el paso de los años y las nuevas invenciones, pero con el tiempo comenzó su deterioro. Ya no pudo volver a alcanzar aquel período de eclosión. Una de las confusiones que existieron en aquellos tiempos de venta fue si la casa pasaba a manos del gobierno militar, puesto que el apellido del rematador fue Lanusse, el mismo de Alejandro, presidente argentino entre marzo de 1971 y mayo de 1973.
Creció la mitología y la cantidad de historias o hechos que presuntamente sucedieron allí fueron cada vez más. Sin embargo, quienes trabajaron allí descartan por completo este tipo de historias y las relacionan con el desconocimiento. Un lugar que hoy está abandonado y cuya estructura edilicia requiere una inmediata renovación, se presta para este tipo de historietas y leyendas. Aunque parece no ser este el caso.
Las derivaciones económicas y la inestabilidad argentina hicieron que la estancia entrase en deterioro. Fue vendida por partes, hasta que quedó una mínima porción que genera la motivación y la ambición de la gente por explorarla. El relato de otro tiempo nos permite viajar a cómo se vivía allí y qué tipo de trabajos se hacían hace más de 100 años. Cuando Santa Rosa vivió una época de esplendor y fue todo un símbolo del modelo agroexportador.