La Ciudad

Guillermo, el roldanense que se fue a España y ahora vive del otro lado del mundo

Atravesó una dura experiencia para llegar a Finlandia, el país de Sanna, quien actualmente es madre de su hijo. Tuvo que acostumbrarse a otras culturas y al frío extremo.

Por: Nicolás Galliari

Guillermo atravesó cinco países, tomó 12 trenes y tres colectivos en tan solo una semana. Viajaba con Sanna, su pareja, la madre de su hijo y con quien hoy está casado. Vivían en España y buscaban llegar a Finlandia, país de origen de ella, para tener cerca a la familia e iniciar una nueva vida. Llevaban consigo una gran cantidad de bolsos y dos perritos, por lo que la aventura se hacía cuesta arriba, pero realmente valió la pena. Al cabo de siete días, lograron culminar la experiencia y llegar a destino.

El viaje en avión era una posibilidad que no cabía en los planes. Había salido desde Argentina sin papeles que lo autorizaran a residir allí y su permiso había expirado, por lo que no podía tomar otro vuelo. El riesgo de que lo deporten estaba presente, por eso decidieron iniciar una nueva aventura. Tras dejar atrás España, donde había trabajado como electricista, en el viaje pasaron por Francia, Suiza, Dinamarca, Alemania y Suecia. En dos ocasiones, la amenaza de no poder seguir viaje estuvo presente, aunque ella intercedió para explicar que estaba embarazada. “Fue peligroso, pero llegamos y estamos aquí desde hace un año y medio”, cuenta Guillermo Echegoyenberry a El Roldanense.

Pasó tiempo de aquella experiencia que lo marcó. Hoy ya está asentado en Finlandia, un país que valora mucho y al que se acostumbró, pero que le continúa siendo lejano. Tras arribar, llamó a Roldán con el fin de pedir la documentación que le faltaba para poder casarse, como el certificado de soltería o el libre de antecedentes. Ocupó su tiempo en traducirlos y los meses fueron pasando, hasta que cumplió su cometido. “Salió todo bien, llegaron los papeles y me pude casar. Una vez que me casé, fue todo más fácil. A los dos meses, nació mi hijo, Elias. Y nos fuimos acomodando”, dice.

“Acá me encontré con cosas muy lindas y otras muy feas. Estamos viviendo en Oulu, el centro de Finlandia. Tiene sus pro y sus contras”, comienza con su relato. Está trabajando en una inmobiliaria, realiza traducciones para los latinoamericanos que visitan aquel destino y buscan un alquiler. Son días de invierno y vive con -30°, un frío extremo. “Tenemos nueve meses de clima muy frío. En diciembre solo sale el sol una hora y media o dos por día, aunque no se lo ve, aclara un rato y después oscurece. Es algo que tenés que saber llevar, estar siempre ocupado, haciendo cosas”, relata Guillermo.

Las dificultades del idioma fueron una barrera. Apenas desembarcaron en Finlandia, vivieron un tiempo en Rovaniemi, en el norte, y allí la gente no se comunica en inglés. Tras un tiempo, llegaron a Oulu, en el centro del país, y comenzó a estudiar el idioma. “Acá te pagan mensualmente para que aprendas su lengua. Fue muy difícil al no poder hablar con la gente”, cuenta. Y también se permite trazar un diagnóstico: “El país te ayuda muchísimo, no deja pasar a cualquiera, pero tenés que pasar muchas pruebas”. 

“Es un país espectacular, genial, nunca escucharás de un robo ni mucho menos de una violación. Es todo muy accesible y se progresa muy rápidamente. Los chicos viajan solos a la escuela”, dice, y habla sobre las facilidades de estudio. “Lo que quieras estudiar es libre y gratuito. Incluso, el país te ayuda. Acá conocí a muchos argentinos que vinieron a estudiar. Por ejemplo, uno de los chicos más cercanos es geólogo. En cualquier parte le salía muy caro estudiar y acá es gratis, incluso le dan el 80% del alquiler y dinero mensual para mantenerse”. 

Así construyó una nueva vida, pero no termina de adaptarse a las costumbres finlandesas. La cotidianeidad se le hace monótona. “Su vida es 100% diferente a la nuestra, en todo. No son tan pegotes como nosotros, no hacen fiestas, hay veces que los cumpleaños no interesan. Son un poco fríos, los países nórdicos son así. Uno se va acostumbrando. Vivís muy bien, pero tenés que adaptarte a estas cosas”, narra. “Cuando empezó el coronavirus, había que mantener un metro de distancia y ellos decían ‘¿cómo puede ser, antes manteníamos dos metros y ahora uno?’”, bromea para poner un ejemplo. 

Vivió situaciones extrañas en casas de amigos de su pareja. Procuraba saludar con la mano o un beso y notaba que esa costumbre allí no estaba presente, que los ciudadanos son más distantes. También cuenta que los calzados, mayormente borcegos para protegerse del frío, se dejan en el ingreso a cada hogar, en un cuartito que antecede a la casa. “Me cansé de pisar el piso a la gente, me miraban con una cara…”, se ríe. También, asegura que las edificaciones están preparadas para soportar el clima, las ventanas tienen dos vidrios y las puertas son dobles.

Guillermo asegura que el cable e internet son gratuitos para la comunidad, y que en el centro de cada barrio existe una biblioteca muy grande a la que puede acceder a cualquier hora. Lo mismo sucede con los gimnasios, que dice que están abiertos las 24 horas. “Vas y te manejas por tu cuenta, no solo en ese tipo de lugares. Hay pistas de hielo, lugares para escalar, canchas de pádel. Pagas mensualmente y vas cuando quieras”. Además, señala que la gente es muy activa y deportista y no es extraño ver personas corriendo o esquiando por la noche en los pequeños bosques perdidos en medio de la ciudad.

Ellos crearon el sauna y casi todas las casas lo tienen. Más allá de que la gente no es tan pegote, es muy normal entrar y que estén todos los familiares desnudos, algo muy raro para nosotros”, relata una de las costumbres a la que tuvo acceso. “Por otro lado, los argentinos estamos acostumbrados a compartir la mesa y acá no es así. Si hay alguien que tiene hambre, va, come y ya está”. Cuenta además que las personas son muy activas y pasan las horas haciendo deporte o andando en bicicleta, un vehículo que prolifera por sobre cualquier otro en el país.

Las fiestas de fin de año le sirvieron para hacer un paralelismo de cómo se atraviesan aquí y allá. “La Navidad aquí es de película. Es muy fuerte y para ellos es la fecha más especial. Vamos al bosque, cortamos un pino, lo ponemos en una base y lo decoramos. Hay un espíritu navideño muy grande, todos se hacen regalos con todos”, relata. No obstante, no queda ahí. “Se come en familia y al sauna y una pileta redonda como un jacuzzi que está en la nieve y se va calentando con fuego que se prende debajo. De allí a un lago con hielo y volvemos. Mientras, vas tomando algo, acá se toma mucha bebida blanca o cerveza”, rememora. Por el contrario, el último día del año es indistinto y no existen las mismas expectativas.

Cuando vivía en Rovaniemi, en el norte, pudo ver más de una vez la aurora boreal, “una experiencia única”. “No sabría explicarlo, ves que el cielo se va poniendo verde, violeta, va cambiando de forma y colores. Es genial”, dice. Allí, uno de los lugares turísticos que visitó es la casa de Santa Claus. “Es un viejito que mide dos metros y es Papá Noel, con una barba real muy larga. Hay renos y podes comprar recuerdos. Es un cuentito. Pareces una criatura, yo cuando fui parecía un nene, miraba para todos lados”, recuerda este roldanense que vive del otro lado del mundo.

Actualmente, la vista está puesta en retornar dos o tres meses a Argentina, para que su madre, hermanos y sobrinos puedan conocer la familia que pudo formar. Antes de viajar a Fuengirola, España, no vivía en Roldán sino en Río Tercero, Córdoba, donde se había instalado a los 20 años. De cualquier manera, había cierta cercanía y podía ver a sus parientes cada tanto. Hoy, la realidad es otra y, a punto de cumplir 30 años, se imagina hacer una visita para luego volver a asentarse en España: “Ambos queremos volver, es otra vida, otro clima”.

En Fuengirola, la Costa del Sol, fue donde conoció a Sanna.  “La crucé a la salida de una fiesta. Intentamos hablar algo y solo intercambiamos nuestra cuenta de Instagram. Después, hablábamos por ahí hasta que nos conocimos”. Pasaron horas con mensajes de señas y traductor online, hasta que él pudo enseñarle a hablar algo en castellano. La relación fluyó, se enteraron que esperaban a Elias y se originó aquella travesía de trenes y colectivos que duró una semana.

Cierra con un mensaje. “Me gustaría decirle a la gente que, si tiene la posibilidad de irse o venir para estos lados, que arriesgue y lo intente. En el peor de los casos, va a conocer lugares preciosos y volverá a su país”. La vida dio giros inesperados para Guillermo, el “Vasco” tal su apellido, sin embargo su camino tiene mucho mayor claridad que hace tiempo. “Puedo decir que hace ocho meses estoy realmente bien, el tiempo restante fue de mucha lucha”. Conoció una forma de vida que asumía muy lejana, pero ya se prepara para el próximo paso junto a su familia.