La Ciudad

El legado de Pocho Renz: maravillosas e involvidables carreras de Ford T

Aventuras y recuerdos del gran corredor desde las voces de su copilto Nedo Rígoli y su hijo Raúl, quien restauró el histórico bólido Roldanense.

Nedo Rígoli y Raúl Renz a bordo de Roldanense, restaurado por el hijo de Pocho | Foto: Cristian Moriñigo

El 25 de septiembre de 1966 Héctor Raúl Renz sintió que algo no estaba del todo bien con su auto, por lo que antes de la largada decidió llevar adelante una prueba más. El testeo terminó de la peor manera, con un tremendo accidente del cual pudo sobrevivir gracias a la asistencia de su compañero Carlitos Skinner, quien logró ponerlo boca arriba y limpiar sus bruces colmadas de sangre y tierra.

Horas más tarde, el herido se encontraba echado sobre una camilla de hospital, con el omóplato partido en tres partes y una severa conmoción cerebral, según se leía en un parte médico que asustaba. Su cuñado, amigo y usual copiloto Conrado Rígoli entró apresurado a la sala con los peores miedos latiendo en su cuerpo. Pero el alivio no tardaría en llegar de parte del propio Pocho, tal como se lo conoció al más grande corredor que alguna vez tuvo Roldán: “Un tropezón no es caída”, susurró con las fuerzas que ya estaba recuperando.

El episodio ocurrió en Ramona, Santa Fe, clásica localidad del circuito del Campeonato Argentino de Ford T, una de las categorías más trascendentes y populares que el automovilismo nacional tenía en esos tiempos. Como consecuencia del brutal choque, Renz debió guardar estricto reposo y se ausentó en dos fechas del certamen. Aun así y contra toda indicación, se las arregló para volver a las pistas en un tiempo menor al esperado para alzarse con la corona de aquel año.

Legado de pasión

“Se sacó el yeso con sus propias manos para volver a competir”, recuerda hoy Nedo con una voz que se llena de admiración y cariño cada vez que se refiere al gran automovilista local. Nedo es el mismísimo Conrado Rígoli, aquel que supo subirse al coche de Renz como acompañante en nueve ocasiones que siempre recordará como “maravillosas e inolvidables carreras de Ford T”.

El título logrado en 1966 a bordo de Roldanense –así se llamaba el bólido– fue el punto de partida hasta alcanzar un sueño que Pocho cumplió tras imponerse también en 1967 y 1968. El histórico tricampeonato fue una imborrable marca de gloria que todavía vibra en el imponente trofeo de casi dos metros de altura que actualmente se exhibe orgulloso en la casa de Raúl Renz, uno de sus seis hijos.

La propia leyenda de las carreras fue quien decidió, un año antes de su fallecimiento en 2007, dónde debía quedarse la copa. La determinación no asomaba casual: Raúl formó parte de su equipo desde que era apenas un niño de doce años. Sus principales tareas pasaban por el íntegro desarmado y la limpieza del motor después de cada competencia.

“Era un trabajo que me tomaba unas seis horas cada vez que lo hacía. Recuerdo que me costaba mover algunas cadenas de lo pesadas que me resultaban”, cuenta hoy el hijo de Pocho, todavía fascinado por el recuerdo de aquellas jornadas fierreras. “Yo era el único que sabía dónde iba cada piecita, y aprendí únicamente mirando a mi viejo”, completa en diálogo con El Roldanense.

Tanto Raúl como Nedo reiteran una y otra vez la palabra “pasión” cuando describen la actitud que el gran automovilista local tomaba frente a la vida. Es evidente que su impronta dejó huella en los muchos que lo quisieron y que lo rodearon. En sus aventuras al volante, en divertidas conversaciones o en asados que se extendían hasta la profunda madrugada y en los que Pocho, cuya cotidiana profesión eran las perforaciones, terminaba sacando a luz sus distinguidas dotes de cantor. Encandilaba a su entorno, que a su vez le devolvía oleadas de cariño.

Inolvidables carreras

Conrado Rígoli se casó con la hermana de Pocho. Pero al margen de ser cuñados, compañeros y amigos, había entre ellos un vínculo especial que Nedo intenta explicar mientras sus ojos son invadidos por la humedad: “Cuando uno estuvo al borde de la cornisa junto con alguien, se genera algo inexplicable con esa otra persona. Nosotros vivimos cosas muy fuertes: las maravillosas e inolvidables carreras de Ford T”.

Hoy con 78 años, quien fuera acompañante de Héctor Renz a bordo de Roldanense todavía reside en la ciudad, aunque en su interior vive en un permanente viaje hacia los imborrables recuerdos que le dejó el hecho de protagonizar aquellas aventuras automovilísticas en las que el peligro y la emoción estaban a la orden del día.

“Al principio no quería saber nada, pero cuando participé de la primera carrera ya no pude volver atrás: se dio como una adicción. Ese vértigo, esa adrenalina, se convirtió en una necesidad”, evoca Nedo con una mezcla de añoranza y entusiasmo. Y agrega: “Pensar que íbamos sin cinturón de seguridad a velocidades de entre 160 y 180 kilómetros por hora, él agarrado del volante y yo de una manivela. Estábamos locos”.

Como no podría ser de otra manera, las pistas dejaron un sinfín de anécdotas que oscilan entre lo hilarante y lo asombroso. En esa línea, Rígoli rememora la vez que el auto de un rival saltó por los aires y le pasó apenas por encima del cuerpo, y también una ocasión en la que terminó con las dos piernas volando por los aires mientras Pocho se despanzurraba de la risa por su cara de tremendo susto.

“Fueron momentos únicos. Todo lo que se generaba los fines de semana cuando viajábamos para competir, las reuniones, el hecho de quedarse a dormir en la casa de algún generoso anfitrión, las fechas que tenían lugar en Roldán, los fanáticos que llegaban a movilizarse hasta 500 kilómetros para vernos”, recorre Nedo con una sonrisa estampada en el rostro, al tiempo que pasa entre manos viejas fotos y recortes periodísticos –de revistas como Rugir de Motores y hasta un artículo del diario La Nación– que dan cuenta de aquellas andanzas.

Restauración

Roldanense dejó de correr en el Campeonato Argentino de Ford T cuando en 1969 la categoría vio truncada la que finalmente sería su última edición, después de que la organización decidiera frenar competiciones por un terrible accidente acontecido ese año. Pero ese no fue el punto final del histórico auto: Raúl Renz supo utilizarlo más adelante en diversos circuitos.

Y es el mismo hijo de Pocho quien hace unos dos años llevó hasta un taller de Rosario el auto que inmortalizó su padre. El objetivo, una restauración total, tanto de carrocería como de motor y mecánica en general, con puesta en marcha incluida.

Es que hubo un momento en que el bólido dejó de correr para ser estacionado en un galpón familiar ubicado en Roldán y cerca estuvo de quedar arruinado por el paso del tiempo. Pero aquella misma persona que de niño se pasaba horas armando y desarmando el motor en soledad, decidió que ello no podía ocurrir.

Por estos días los trabajos de recuperación del inolvidable coche están en su recta final, a tal punto que la comunidad local podría llegar a conocer los resultados dentro de muy poco: está prevista su aparición como parte de los festejos que se llevarán a cabo por el 150º aniversario de la fundación de la ciudad.