“Nuestra emocionalidad, condiciona el comportamiento social”
Los temores, ya no son únicamente sanitarios, y eso puede condicionar la efectividad de las restricciones impulsadas por los gobiernos.
Po: Alan Stummvoll (*)
Estimado lector, el reciente verano, pudimos vivenciar temporalmente una especie de normalidad pre-pandémica, esas formas que indudablemente extrañábamos y con las que no nos reencontrábamos desde febrero del 2020. Sin embargo, el presente nos vuelve a alertar que aún estamos en una inevitable transición, que pese a contar con un proceso de vacunación en marcha, nuestros sesgos de negación, no pueden bloquear la preocupante escalada de casos en nuestro país.
Una nueva ola de anuncios nacionales, provinciales y locales vuelven a reconfigurar nuestra cotidianeidad con el objetivo de contener la situación sanitaria. Lo deseable, sería que intentemos cooperar, desde ya, en la medida de nuestras posibilidades.
Ahora, pensemos hacia atrás: marzo y abril del 2020 fueron los meses de mayor alarmismo social en lo que va de la pandemia. Un punto de quiebre, en el que pese a tener el menor número de casos registrados, lo desconocido nos asustaba, e incluso, desataba episodios de pánico en cada casa y en cada familia. Los niveles de temor de la sociedad justificaban la existencia de un leviatán implacable y coercitivo con quienes se rehusaban a cumplir con las medidas sanitarias. Había una agenda mediática comprometida, de forma unánime, con el cumplimiento del aislamiento, y una sociedad dispuesta a obedecer y a ejercer el control social contra los rebeldes. Fases del miedo, postales del ayer que nos traen al presente.
Con el tiempo, esa conmoción fue decantando, advertimos que la pandemia se fue normalizando hasta, casi imperceptiblemente, hacerse parte de nuestras rutinas. Lo que era temor pasó a convertirse en ansiedad, por recuperar la normalidad perdida, y en agobio, por las consecuencias negativas con las que debíamos empezar a convivir.
Este proceso, hoy nos coloca en un escenario diferente. Las encuestas, reflejan que la pandemia sigue sin llegar al podio de las preocupaciones de la opinión pública. En la cima, encontramos la preocupación por la situación económica, en la cual se discierne a la inflación, con un 36,4%. En segundo lugar, la inseguridad con un promedio del 31,4%, seguido por la corrupción 30,9%, y recién en el cuarto lugar podemos llegar a encontrarnos con el temor al contagio de Covid-19, con un promedio de 22,6%.
Sin embargo, según la consultora M&F, ante la pregunta ¿Cuán dispuesto/s estaría usted a cumplir con un confinamiento más estricto? Se arroja que un 39,3% estaría muy de acuerdo, un 19,9% algo de acuerdo, un 14,1% poco de acuerdo y un 22% nada de acuerdo. Esta situación puede explicarse a partir de la existencia de un temor fragmentado entre: 1) el temor al contagio y 2) el temor a las consecuencias de las restricciones (personales, económicas, sociales y psicológicas).
En este nuevo escenario, hallamos aspectos positivos, como los aprendizajes colectivos. Es decir que, ya no partimos de un total desconocimiento del virus, sabemos que, utilizando el tapabocas, cumpliendo los protocolos, ventilando los ambientes, respetando el distanciamiento, o informando ante la presencia de síntomas, podemos contribuir a disminuir la probabilidad del contagio. De incrementarse, nuevamente, el temor al contagio, la sociedad puede volver a un estado de alerta que active un mayor cuidado y control sobre sí misma, derivando en un comportamiento social favorable a las nuevas restricciones, mientras avanza la campaña nacional de vacunación.
Mientras que, por otro lado, encontramos aspectos negativos, como el riesgo de caer en un escenario de anomia. Es decir que, si las nuevas normas y/o restricciones no logran ser internalizadas por la población, la obediencia será relativa, y la efectividad de las medidas distará de los resultados deseados (bajar la curva de contagios). Es imposible volver a una situación de cuarentena estricta como la del año pasado, los decretos ya no cuentan con el mismo nivel de respaldo y/o aceptación por parte de la sociedad. Hay un comportamiento social reactivo, que se encuentra fundado en el agobio y en el temor a las consecuencias personales de acatar nuevas restricciones.
Cada uno sabe, por experiencia propia, el esfuerzo que tuvo que hacer durante el año pasado para cumplir con las normas de restricción. Aún hoy, las consecuencias negativas del aislamiento persisten: la pérdida de empleo, o de una fuente de ingreso, la crisis de los vínculos de sociabilidad, el desgaste psicológico, la marginación digital, o la caída en la pobreza, entre otras.
Es en este último punto, donde el ejercicio del poder encuentra un límite de tolerancia a las restricciones. Forzarlo, podría afectar la gobernabilidad en un contexto de crisis sanitaria, llevándonos hacia un escenario de anomia.
Es claro que nuestra emocionalidad condiciona el comportamiento social. El nuevo desafío será gobernar agobios, ansiedades y temores fracturados, para sostener el timón mientras navegamos hacia un horizonte donde las expectativas de gobierno están puestas en la campaña de vacunación.
(*) Licenciado en Ciencia Política (UNR) – Comunicación Política y Opinión Pública (FLACSO – Argentina)