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Punto de Quiebre

Luego de la pandemia, el rol del Estado no será el mismo. Habrá un antes y un después, que dependerá de las decisiones del presente de cada Gobierno a lo largo del globo.

Por: Alan Stummvoll *

Thomas Hobbes, escribía a mediados del Siglo XVII que “Durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que les obligue a todos al respeto, están en una condición que se llama guerra; una guerra como de todo hombre contra todo hombre”

“El hombre es el lobo del hombre”, palabras que pueden engranarse perfectamente en nuestra actualidad, puesto que entendemos que nuestra vida se encuentra en riesgo permanente, y que cualquiera a nuestro alrededor puede contagiarnos. Con la pandemia, descubrimos nuestra vulnerabilidad, y en las tinieblas de la incertidumbre y los temores, advertimos que sólo el Estado puede protegernos.

Su protección, se materializa en nuestras relaciones sociales, cualquiera puede ser una amenaza, y está en el criterio de cada uno denunciar a los infractores que se rehúsan a cumplir con la ley establecida por el soberano.

Gobiernos como el del Reino Unido, el de Estados Unidos, el de los Países Bajos, y ahora México, decidieron priorizar a la economía por sobre la salud de sus naciones, tomando ventajas de la recesión global para mejorar sus posiciones económicas. Los fundamentos de esa estrategia podrían sintetizarse en: sigamos funcionando como de costumbre y dejemos que el virus se propague (el que quiera cumplir con la cuarentena que lo haga, pero no es obligatorio), que los infectados generen sus propios anticuerpos, y preparémonos para aceptar las consecuencias.

La aventura de la no intervención, no prosperó, y tanto el Reino Unido, como Estados Unidos, dieron marcha atrás en sus decisiones, recalculando el curso de acción al decretar la cuarentena obligatoria. Las consecuencias están a la vista: mientras se confirmó que el premier inglés, Boris Johnson, y el príncipe Carlos, tienen coronavirus; el gigante norteamericano se convirtió en el líder del mapa mundial de infectados y se perfila para ser el nuevo epicentro global de la pandemia. Es claro que, en el camino del “no hacer nada”, ni los jefes de estado están a salvo.

Brindar protección, es uno de los fundamentos del Estado. Quienes intenten cuidar más a la economía que a su población, estarán arriesgando una parte importante de su legitimidad, dado que nuestra realidad palpable, refuta a “la mano invisible” del Mercado de Adam Smith.

Estamos en un nuevo paradigma, un punto de quiebre, donde las riquezas de las naciones parecen no encontrarse en los balances fiscales, ni en el juego financiero, sino más bien, en la capacidad de los leviatanes para cuidar de la vida de sus ciudadanos. Hasta el propio Adam Smith, sostenía que “al gobierno lo evaluamos por la felicidad del pueblo” ¿Qué es la felicidad, sino poder realizar nuestras vidas en su búsqueda?

El punto de quiebre también se manifiesta en nuestro país. Acaso ¿No podemos pensar en un nuevo fundamento inapelable? Desde 1983 hasta la fecha, los argentinos elegimos vivir en democracia, consolidamos este principio más allá de los momentos de inestabilidad y de crisis que nos tocó atravesar. Sin embargo, nunca logramos un consenso respecto a un modelo económico a seguir, y sobre ¿Cuál debería ser el rol del Estado en ese modelo?

El tiempo, es el recurso más valioso, y hasta ahora es el único antídoto. El destino determinó que América del Sur, haya sido uno de los últimos continentes en recibir al coronavirus. La lectura de la situación de los demás países (sus experiencias como aprendizajes) le otorgó al Gobierno Nacional, un curso avanzado sobre cómo lidiar con lo desconocido, sin cometer errores irreversibles.

Es un contexto de anomalías, en el que el Gobierno revitaliza al ejército, y los organismos de derechos humanos se abstienen de cualquier tipo de cuestionamiento. La condena moral se evapora, y las fuerzas armadas se reinventan para servir a una sociedad civil que legitima su regreso. El mensaje “estamos en guerra contra un enemigo invisible” se vuelve verosímil, y refuerza el reclamo social por el ejercicio de la autoridad, a través del control y del disciplinamiento social de los “surfers” que no respetan las normas.

Michael Foucault, acuñó dos mecanismos por los cuales se ejerce el poder del Estado, uno es el mencionado poder disciplinador, ese que vigila para que se cumpla la cuarentena y que castiga a los inadaptados que la quebrantan. El otro mecanismo es el del Biopoder, por el cual el Estado puede controlar a su población en términos cuantitativos, es decir, “Haciendo vivir, o dejando morir” selectivamente a sectores de su población.

El “Hacer vivir”, es el elemento del poder, que lleva, a muchos gobiernos, a centrar a la salud en el corazón de la agenda pública, priorizando la protección de la población, y postergando a todos los demás asuntos de la agenda de gobierno. En este sentido, Alberto Fernández precisó este domingo que “No es la economía o la salud. Una economía que se cae siempre se levanta, pero una vida que se pierde no se recupera”.

La pandemia llegó como un parteaguas, quienes opten por quedarse en el pasado, resistiendo el nuevo rol protagónico del Estado, y abogando por el abandono de su población, subestimando, o intentando manipular la situación, para su propio beneficio, pueden culminar siendo devorados por un nuevo lobo: las consecuencias irreversibles de un enemigo inédito y desconocido.

* Licenciado en Ciencia Política (Universidad Nacional de Rosario) – Opinión Pública y Comunicación
Política (FLACSO – Argentina)