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El boxeador que peleó en el Luna Park, acompañó a Perón en su proscripción y era asiduo comensal de la Sportiva

#HistoriasDeRoldán La velada de mediados de los ‘60 ante Ringo Bonavena fue histórica. También, combatió ante Muhammad Ali en Barcelona. Cada vez que visitaba el buffet del club, lo hacía con una revista que mostraba sus hazañas.

Por: Nicolás Galliari

Gregorio Peralta llevaba siempre consigo la revista Así, una edición histórica que cuidaba como un tesoro. Las páginas reflejaban la pelea que sostuvo en 1965 con Ringo Bonavena, uno de los combates legendarios del deporte argentino. “Goyo” exhibía las fotos y releía esos titulares cada vez que creía necesario volver a vivir aquel día, y enseñaba la revista a curiosos. De hecho, la usaba para mostrar a las nuevas generaciones quién era él, qué suceso había protagonizado, y hay testigos que señalan que lo hacía hasta el hartazgo. Luego, guardaba el semanario en uno de los bolsillos de su saco.

Tal escena se repitió en muchas oportunidades en el buffet de la Sociedad Sportiva Recreativa, uno de los clubes más tradicionales de la ciudad. A fines de la década de los ‘80, Peralta era un asiduo comensal del lugar, al que llegaba los fines de semana junto a su pareja, una mujer rubia de aspecto fornido. Cenaba y regresaba a su hogar de Rosario en colectivo, en una acción que repetía cada tanto y, sobre todo, los fines de semana. Fue así que conoció a varias personalidades de Roldán, que por entonces era un pueblo que veía llegar al otrora campeón argentino y sudamericano de boxeo.

La Sportiva era por entonces una especie de bodegón, el último sitio de ese tipo que quedó en la ciudad. Era un espacio de grandes juntadas de amigos, que se citaban allí por años para hacer de la cena un ritual insustituible. Un bar de chopp bien frío, asados sin fin y noches eternas, de donde surgieron numerosas anécdotas y jornadas que forman parte del acervo cultural y popular de la ciudad. Con el tiempo, el bar perdió tal condición y fue reemplazado por otros, con mayor o menor suceso.

Las páginas de aquella revista que Peralta mostraba antes y a posteriori de comer, no eran otra cosa que el reflejo de una noche histórica, la que protagonizó ante un contendiente que fue su rival acérrimo y su contracara en el modo de encarar su carrera pugilística. “Goyo” era un hombre correcto, de modales y hablar pausado, en tanto Bonavena significaba la contracara, la analogía. Ringo era audaz, prepotente, impulsivo, a la vez dueño de un discurso muy filoso; alguien que, como dice José Luis Brandoni en Un Gallo para Esculapio, “te ganaba al karate con la lengua” (en este caso, al boxeo).

Aquel combate, al que el sanjuanino Peralta llegó como campeón defensor y Bonavena fue retador, registró un récord nunca igualado. El mítico Luna Park, escenario de las veladas fundamentales del boxeo a lo largo de la historia, jamás tuvo tanto público como ese día. Hubo 25.236 espectadores, con personas de la Capital y del interior que colapsaron el antiguo sistema de entradas por boletería. Entre las reconocidas personalidades que vieron el combate muy cerca del ring, se cuentan al Comandante en jefe del Ejército, Juan Carlos Onganía -quien unos meses después derrocó a Arturo Illia y se convirtió en presidente de facto- y José “Pipo” Mancera, quien montó su show televisivo en el estadio.

El evento no se limitó solamente a una pelea de box entre dos grandes nombres de la época cuya rivalidad estuvo muy mediatizada. En la previa, los desafíos y las bravuconadas de Bonavena a Peralta eran incesantes, hasta que el campeón aceptó el convite y se organizó la velada. Fue, además, un combate que reflejó el clima social que se vivía a mediados de los sesenta. “Peralta era el militante peronista típico. Ringo, en cambio, pese a provenir de una familia peronista, comenzaba a despuntar un antiperonismo que haría evidente años más tarde”, escribió el periodista Ezequiel Fernández Moores en su libro, Diganme Ringo.

La filiación de Gregorio con el peronismo no había nacido en ese momento, sino que provenía de sus primeros años de vida en su San Juan natal. Por entonces, su madre le había escrito una carta a Juan Domingo Perón solicitando una urgente ayuda, tras el terremoto que había sufrido la provincia. La colaboración llegó inmediatamente y fue suficiente para generar una simbiosis entre “Goyo” y el líder justicialista, un sentimiento que no abandonó con el paso de los años. Una de sus intenciones fue llevar una bata con referencia política en la histórica pelea del Luna Park, algo que le fue negado.

Peralta no pudo llevarse aquella pelea y perdió el cinturón a manos de Bonavena, quien tenía siete años menos y una potencia avasalladora que chocaba contra los movimientos pausados e inteligentes de su contrincante. No obstante, y más allá de que una vez en las duchas Ringo le pidió perdón por sus estridencias previas al combate, con los años “Goyo” mostró su orgullo por haber sido partícipe de una velada que se escribió con tinta indeleble en los registros. Y era esa jornada la que reflejaban las páginas de Así, la revista que exhibía a cualquier interesado en la Sportiva.

El desquite entre ambos se hizo años más tarde, sin el impacto que generó el primer encuentro y fuera del país. Montevideo recibió una pelea que fue más igualada y finalizó en empate, a pesar de que muchos especialistas de ese tiempo vieron ganador a Peralta. Tras aquellos días, el sanjuanino decidió mudarse a Madrid y acompañar más de cerca a Perón, quien estaba radicado en la capital española tras su exilio del país. Previamente, Peralta se había impuesto en las elecciones a concejal de la ciudad de Azul, en la provincia de Buenos Aires, por el Movimiento Nacional Justicialista (una herramienta que intentaba sortear la proscripción). Sin embargo, los comicios pronto fueron anulados.

Durante su prolongada estadía en Madrid, Peralta visitó una decena de veces la residencia de Puerta de Hierro, donde construyó una relación de cercanía con el General, quien acabó siendo padrino de uno de sus hijos, Juan Domingo. No fueron pocas las veces en que Gregorio se manifestó a favor del retorno de Perón al país, y decía que él mismo regresaría a la Argentina, ya sea para combatir por su regreso o para trabajar junto a él. En algunos de aquellos encuentros en España, el boxeador exhibió ante su líder algunas de sus batas. Una de ellas decía “Argentino, español y peronista”. Sin embargo, no pudo acompañarlo en el avión a su retorno.

Pese a que llegaba a los 38 años y a que muchos auguraban un rápido retiro tras su salida del país, Peralta realizó más de 15 peleas en Europa y fue partenaire de una exhibición con Muhammad Ali, quizás el mejor pugilista de todos los tiempos. Sin jueces y a diez asaltos de dos minutos cada uno, ambos participaron de un evento al que acudieron 10.000 personas. No se trató de una contienda espectacular, pero sí fue una noche en que ambos hicieron gala de su talento, mientras el estadounidense se preparaba para conquistar nuevamente el cinturón de campeón luego de haber sido despojado de su corona tras negarse a participar de la Guerra de Vietnam.

Peralta fue un boxeador aclamado por la sociedad, respetado por sus pares y muy virtuoso. Perdió la pelea por el título mundial, pero se ganó el mote de campeón sin corona y combatió dos veces ante el inolvidable George Foreman. Fue a comienzos de los ‘90 que se radicó en Rosario, alejado de aquellos días en que subía al cuadrilátero y siendo empleado de la Dirección Provincial de Viviendas. Su insistencia en recordar aquellos días de gloria y el enfrentamiento histórico era, quizás, una forma de sentirse vivo y de mantener prendida la llama. Una llama que se apagó definitivamente en 2001, en el Hospital Italiano, a causa de una miocardiopatía. Los asiduos visitantes de la Sportiva de los ‘80 aún deben recordar aquellas páginas en blanco y negro.