La Ciudad

Fernando, el doctor querido por toda una comunidad

Hoy se cumplen 12 años de su fallecimiento. Sin discriminar, atendía a todas las personas por igual y era solidario. Destacó por su filantropía y dejó su huella en una sociedad que todavía lo extraña.

Por: Nicolás Galliari

Todo el pueblo despidió a Fernando Cicchitti a mediados de 2009, cuando su fallecimiento dejó un profundo vacío en la sociedad. Durante 45 años, había sido una eminencia, forjando una carrera médica intachable que encontró en Roldán su razón de ser. Atendió a varias generaciones, se ganó el respeto de cada ciudadano y era admirado incluso por aquellos que no eran sus pacientes. Casi una centuria de servicio, con dedicación sin intereses, llegando a cada zona sin marcar diferencias de clases. Desde el Hospital a la clínica, trabajaba día y noche, sin reparos en interrumpir sus actividades por las necesidades de una persona enferma.

Dejó una huella indeleble en la localidad, por su vocación y una marcada humildad. Sin distinción entre la medicina pública y privada, ni discriminación por condición económica o religión, atendió a todos por igual. Desde cuando se asentó en la localidad, allá por la década del ’50, hasta su retiro profesional en 2003. Previamente, había llegado desde Hersilia -al norte de la provincia- hasta Rosario, donde comenzó sus estudios en 1946. Fue en el Sanatorio Laprida donde empezó, siendo residente, e incluso los doctores Slullitel le ofrecieron una beca en Buenos Aires para especializarse en cirugía plástica. Pero por aquel entonces ya tenía claro que su objetivo era llegar a las pequeñas poblaciones. En una entrevista, allá por 2003, expresaba: “Si debiera comenzar nuevamente, elegiría un lugar del interior donde no haya médico”.

Su filantropía alcanzó a todos los estamentos sociales. Llegó a aportar de su propio bolsillo para la compra de medicamentos. Se lo podía encontrar fácilmente en su consultorio, aunque también llegaba a los hogares, incluso cuando hace más de 50 años la única forma de transitar era manejando con cuidado por las calles de barro o en sulqui. El padecimiento de artritis o un cáncer de garganta que atravesó durante sus años como médico no le prohibieron dejar de ser cortés y solidario. 

El acierto en sus diagnósticos era un sello. Llegaron a apodarlo El Brujo por su capacidad de aseverar aquello que sufría su paciente con solo examinarlo. Era su aspecto distintivo, mientras otros doctores debían esperar estudios para dictaminar aquello que Cicchitti ya aseguraba. Así, se acumularon casos de personas que salvó en situaciones extremas, observando algo fuera de lo normal y derivándolas hacia otros centros sanitarios de mayor alcance. Tal virtud hizo que fuera llamado a cualquier hora, incluso de madrugada.

“La clave está en sentir como propio aquello que sufre el paciente”, aducía el doctor. En Roldán llegó a realizar casi un millar de partos, en oportunidades sin la infraestructura adecuada hace más de cuatro décadas. Sin embargo, y más allá de circunstancias desfavorables, lograba sacar adelante la situación. 

Sus inicios en la profesión datan de 1958, de la mano de Jacobo Epelman, su guía. Epelman fue uno de los primeros grandes doctores de la zona, y conjuntamente pusieron un consultorio. Tiempo más tarde, Cicchitti lo sucedió en la dirección del Hospital Rural N° 61. Llegaba al nosocomio a primera hora, después de un café con amigos, y luego arribaba hasta su consultorio en la clínica IMAR, una institución que abrió en sociedad con los doctores Héctor Boubila y Susana y Alberto Escalante. Hoy, la clínica continúa funcionando.

Por si fuera poco, fue médico de policía (ad honorem) y de los gremios metalúrgico y ferroviario. Ayudó también a las escuelas e instituciones, al punto de que la Asociación de Bomberos Voluntarios decidió nombrar “Escuela Fernando Cicchitti” a su centro de formación. En 2011, se le dio el nombre del doctor a un nuevo sector del hospital que acababa de ser inaugurado. Hoy, en sus afueras puede verse un cuadro con el rostro de Fernando hecho en mosaico.

La sociedad no escatimó en mostrarle su cariño. Ya sea con un brindis en su casa cuando anunció su retiro, o un almuerzo homenaje en 2004 al que asistió una multitud de personas. Días antes, había sido nombrado ciudadano ilustre de la ciudad en reconocimiento a su trayectoria y entrega en beneficio de la comunidad. A posteriori, tuvo tiempo para la pesca, su pasatiempo preferido, y abrió una librería en la que recibió visitas de muchas personas que buscaban aún su certero diagnóstico. Hace 12 años, falleció a causa de una neumonía. La palabra de Ruth Tonella, su esposa, lo describió tiempo atrás: “Dios le dio una sapiencia especial. Era querido por todos”.