La Ciudad

Tradición de familia: la marca de chocolates que lleva 30 años en la ciudad y continúa produciendo

Creció de forma paralela a Arco Iris, un negocio con historia en la ciudad, y adoptó el nombre de Estación Roldán. Alfredo y Marcela inculcaron la pasión a sus hijos María Emilia y Juan.

En el dibujo de una línea histórica imaginaria, la familia Masabeu podría marcar algunos mojones fundamentales. El primero de ellos sería la inauguración del local Arco Iris en Rosario, continuaría con el traslado del negocio a Roldán y tendría una parada clave en la elaboración de chocolates, de forma paralela a la atención del local. Esa marca de fabricación lleva más de 30 años en la ciudad y actualmente se denomina Estación Roldán, con mayor impulso y nuevas ideas a partir de las Pascuas. Sobre todo, se trata de una historia familiar que atraviesa generaciones.

“Esta es mi pasión, pero se la transmití a mi familia y ellos no solo conocen de chocolate, sino que saben degustar y diferenciarlo como si se tratase de un buen vino”, contó Alfredo, padre de familia, a El Roldanense. “Si tomas un bombón y funde en mano, sabes que lo que vas a comer es chocolate. Mis hijos -María Emilia y Juan- son muy buenos catadores”, describió en la chocolatería que es su lugar de trabajo, rodeado de bandejas y exquisitos bombones y huevos que salieron a la venta en el fin de semana de Pascua.

Luego de una larga trayectoria en la docencia, Alfredo se jubiló en 2020 y Marcela, su esposa, lo está haciendo en estos días. Es por eso que piensan dedicar todas sus energías a la fabricación de chocolate a partir de ahora. Sin embargo, la historia no es actual y comenzó hace tres décadas, cuando comenzaron a formarse en la materia e imaginaron un futuro en la industria. “Acondicionamos este lugar hace mucho tiempo, tanto para el local como para la producción. Hace dos años que nos instalamos, aunque es algo que viene de larga data”, afirmó ella.

Ambos hicieron su primer curso con la marca Águila, que luego sería reconocida a nivel nacional. “Siempre tuvimos la idea de vender un producto de muy buena calidad. Es algo que nos inculcaron en estos talleres. En ese momento hicimos los primeros cursos junto a Marcela y de a poco comenzamos a trabajar”, rememoró él. Empezaron a producir en pequeñas cantidades, con ollas que les brindaban allí, hasta que pudieron comprar la primera máquina en Córdoba, una templadora de chocolate. 

La elaboración manual se complementaba con la adquisición de nuevas herramientas. Realizaron seminarios con la marca belga Belcolade y, de la mano, a comienzos de los 2000, participaron en las ferias FITHEP de Buenos Aires, encuentros que reúnen a proveedores de heladerías, pastelerías y chocolaterías del país y el extranjero. Así lograron hacer nuevos contactos e inmiscuirse aún más en el rubro. “Nuestro primer maestro chocolatero nos vino a visitar y nos alentó mucho”, contaron a dúo.

A la hora de hacer una mirada retrospectiva, los recuerdos familiares se agolpan. “Cuando empezamos a hacer chocolates en las Pascuas, Alfredo nos invitaba a que todos pongamos un puñado de chocolate en la templadora. Siempre aunamos el esfuerzo colectivo y la iniciativa de convocarnos en familia”, pronunció Marcela. “Cada uno de nosotros siempre tuvo una actividad acá y nos fuimos apoyando. Compartimos el momento más allá del trabajo, y las Pascuas son una tradición”, señaló en la misma dirección Emilia.

“Tengo los recuerdos de que, cuando apenas arrancamos, gente del barrio y familiares nos ayudaron haciendo alguna actividad. Era algo novedoso, venían a buscar el producto y se enganchaban”, expresó Alfredo. “Acá estamos actualmente, peleándola e intentando que más gente conozca nuestros chocolates. Vamos a seguir con esta tarea junto a Marcela. Es algo que nos gusta y esperamos que los chicos puedan continuar con una estructura bien armada, junto a sus innovaciones”, esgrimió ilusionado.

Desde los ‘90 hasta los días que corren, con Arco Iris consolidado como uno de los negocios tradicionales de la ciudad, nunca fue extraño ver al líder brindando consejos y tips a sus clientes sobre cómo maniobrar el chocolate. Nunca se guardó nada, al contrario, prioriza divulgar sus conocimientos y no descarta brindar un curso en el futuro. “Nosotros usamos el cobertura, que necesita un tratamiento cuidadoso en las temperaturas. Hay una curva de templado que se debe realizar correctamente”, argumentó, como si fuere una clase gratuita.

En paralelo, la familia siempre se encuentra a la búsqueda de nuevos materiales que le permitan mejorar la presentación o el packaging. “El gusto nunca va a cambiar porque apostamos al chocolate cobertura, algo que conservamos con los años”, aseguró Marcela. “Tratamos de que la presentación del chocolate sea siempre novedosa. A la vez, probamos nuevos sabores y combinaciones en los bombones”, añadió Emilia, con el foco puesto en la producción para otras fechas claves del año.

“Este año tenemos el gran objetivo de ampliar la oferta e incorporar más frutos secos como castañas, nueces, pistacho, entre otros. Es algo que hacemos hace mucho tiempo en la barrita tipo bariloche, pero lo queremos incorporar en el relleno de la bombonería”, detalló él. El surgimiento de Estación Roldán se dio con el objetivo de brindarle una identidad. “Siempre fueron conocidos como ‘los chocolates de Alfredo’ y hace un tiempo pensamos en ponerle un nombre. Después de tirar ideas entre todos, se nos ocurrió algo relacionado con el surgimiento de la ciudad a partir de la llegada del tren, con una estética retro”, profundizó su hija.

Más allá de la afición por el chocolate y el propósito de que su marca crezca incluso fuera de la ciudad, lo que hacen a diario esconde un gran anhelo familiar. “Nos da mucha satisfacción hacer esto fundamentalmente por Alfredo. Es su sueño, siempre lo hizo con mucha pasión y dedicación desde que éramos jóvenes. A veces él dice ‘yo no soy maestro chocolatero’, pero sí lo es porque se formó”, pronunció su compañera de vida. “Queremos que se sepa que hay una historia detrás y un aprendizaje de muchos años. Fue un recorrido largo”, señaló.