La Ciudad

Volver a nacer: el comerciante de Roldán al que Favaloro le salvó la vida con uno de los primeros trasplantes de corazón

Hace cinco días se cumplió un nuevo aniversario del fallecimiento del reconocido médico. Néstor Godoy fue la sexta persona trasplantada en el año 1993 y hasta fue invitado al programa de Susana Giménez. “El agradecimiento al doctor René Favaloro es inmenso”, replica hoy.

Néstor Godoy recuerda con precisión la fecha. “29 de abril de 1993, día del animal”, afirma, mientras viaja en una línea imaginaria de tiempo. No es para menos, aquel día significó un punto de inflexión en su vida, cuando fue trasplantado del corazón en la Fundación René Favaloro. Ha pasado poco más de 30 años y, si bien los primeros tiempos fueron de incertidumbre, luego pudo hacer una vida totalmente normal hasta convertirse en un comerciante tradicional de la ciudad. Hoy recuerda aquellos días como una segunda oportunidad, un volver a nacer.“En el año 1985 sufrí un infarto. Nunca supimos porqué, pudo haber sido algún virus. Desde ese momento, el corazón se empezó a agrandar y se formó una miocardiopatía dilatada, que se da cuando el órgano ya no bombea sangre”, rememora Néstor en diálogo con El Roldanense. Fueron ocho años de consultas con diversos médicos, mientras su situación se agravaba. Hasta que un doctor de Rosario le advirtió que debía viajar a Buenos Aires para consultar especialistas y comenzar un nuevo tratamiento.

 

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Fue así que acudió al Sanatorio Güemes y, de la lista de cardiólogos, eligió uno al azar. El seleccionado fue Sergio Perrone, mano derecha de Favaloro, quien por entonces ya era una eminencia como creador del bypass coronario. “El doctor Perrone me comenzó a atender, me medicó y dijo que dejara los cigarrillos y la sal, porque no me quedaba mucho tiempo de vida. Le hice caso, me dio la medicación y quedé internado en Buenos Aires por 15 días, en los que me hicieron una evaluación general de lo que podía tener”, cuenta hoy, desde su local.Luego de un tiempo, le comunicaron que debía ser trasplantado, una noticia que lo golpeó de entrada. “Quedé en lista de espera y todos los meses iba a un control en el Güemes. A la vez, había ido algunas veces a la Fundación Favaloro a sacarme sangre, dado que el doctor me mandaba”, comenta, con los recuerdos intactos. Después de un año, llegó la comunicación que tanto esperaba. “Estando en el sanatorio, otro médico me dijo ‘anda a la Fundación que Perrone tiene algo para vos’. Por supuesto, me di cuenta de que era un corazón”.Junto a su cuñado, Néstor fue al lugar indicado y supo que estaba primero en la lista. “La verdad es que tuve suerte. Antes de que mi señora llegara a Buenos Aires, yo ya estaba trasplantado. Nunca sentí dolor, me dijeron lo que iba a pasar, que iba a despertar y tendría a un médico a mis pies”, señala. Su nombre está archivado como el sexto trasplantado en la historia de la fundación. “La atención fue muy buena, a pesar de que luego tuve algunos inconvenientes. El organismo rechazaba ese órgano extraño, me tuvieron que poner muchísimas drogas”, afirma.Estuvo cuatro meses y medio internado. Más allá de que estaba solo en una habitación grande y cómoda, no fueron tiempos fáciles. “No teníamos televisión ni celular y era difícil comunicarse con la familia. No me podían visitar y, si iban mis hijos, no me podían tocar ni besar. No tenía contacto con nadie, así que esa parte fue dura”, cuenta. Por entonces, podía ver a Favaloro diariamente, dado que su consultorio estaba frente a su habitación en el segundo piso de la fundación, aunque “los médicos no entraban a las habitaciones y había enfermeros las 24 horas”.“Cuando llegué a mi casa, la mente empezó a trabajar distinto. En ese momento yo ya tenía tres hijos chiquitos. Habían quedado en casa con mi suegra y una cuñada. La fuimos piloteando, mi familia y la de mi señora nos ayudaron mucho”, recuerda y agradece. Cada semana debía volver al sanatorio para someterse a exámenes y ver cómo era la aceptación del cuerpo a su nuevo órgano. Los meses pasaron y pudo retornar a una rutina habitual. “Tomando la medicación podía andar bien y, entre las charlas con la gente, una cosa y la otra, la vida se fue pasando”, pronuncia.Un día a fines de 1996 fue invitado por la producción del programa de Susana Giménez para participar de un programa homenaje a Favaloro, junto a otros trasplantados. No dudó en decir que sí y viajó con su cuñado y su esposa hacia Capital Federal. “Fue emocionante, nosotros primero estábamos afuera del estudio mientras le hacían la entrevista, luego cantó Jairo cerca nuestro y nos dieron la orden para ingresar”, narra. De los 20 invitados, conocía a tres de ellos por compartir sala a la espera de las biopsias, en las que los médicos veían si podía obtener el alta total.Pasaron tres décadas, sin embargo Néstor cuenta hoy que sentarse a charlar con Favaloro es una cuenta que le quedó pendiente. “Muchas veces él no estaba porque viajaba, e intentaba no darse mucho con el paciente por miedo a contagios de algún virus”, describe. “Ya era un médico reconocido y en la fundación innovaron con nosotros. Con el tiempo, el lugar cambió muchísimo – detalla-. Cuando volvías a tu casa, tenías que tener la habitación pintada, un baño y cubiertos para vos solo. Ahora ya no es así, es otro contexto”Otra vivencia que le quedó marcada aconteció en 1997, cuando fue convocado para participar del Mundial de Trasplantados en Australia. “Estuvimos cerca de 20 días allá. Fue una linda experiencia, pude conocer otra gente y ese país que es muy lindo”, manifiesta. Nadó en aguas australianas y compartió horas con personas que habían tenido trasplantes de córneas, riñón, páncreas y otras partes del cuerpo. Muchos de ellos, incluso, ganaron medallas. Al retorno, el diario Clarín los esperó en el aeropuerto y les tomó fotos que Néstor aún conserva.Más acá en el tiempo, brindó charlas sobre su experiencia a alumnos en escuelas de Carcarañá y Roldán, así como visitó diferentes programas de TV de la región el día de la donación de órganos. “La idea era que la gente tome conciencia, de hecho había padres que me decían que sus hijos querían anotarse como donantes”, pronuncia con una sonrisa. “Eso con el tiempo se perdió, creo que son charlas que deberían darse con chicos más grandes para que entiendan lo que puede hacer un trasplantado”, argumenta.El agradecimiento al doctor René Favaloro es inmenso. Construyó un sanatorio muy bueno y, en la parte cardiológica, nos dejó muy bien parados a los argentinos. Era una persona con mucha sabiduría”, pronuncia. Oriundo de San Jerónimo y roldanense por adopción, desde 1992 realiza cada día el viaje para atender la Quesería Gruyere por calle Rivadavia al 100. Y no olvida mostrar su gratitud: “Gracias a la gente de Roldán que viene a comprar, mi familia puede subsistir. Hice una vida totalmente normal, tanto con la comida como con la bebida, en el trabajo y el esfuerzo”.