Perspectivas

El trabajo en sociedades en crisis

“En sociedades como las nuestras, el trabajo es el primer eslabón de la lucha contra la ilegalidad”, analiza el Dr. en Ciencia Política Pablo de San Román.

Por: Pablo de San Román (*)

Desde el nacimiento de la economía clásica se presentó el problema del trabajo. No sólo como contribución a multiplicar la producción de bienes, sino como recurso para millones de personas que, teniendo a disposición una cantidad infinita de estímulos, no podían acceder a ellos. El trabajo era, pues, una manera de sentirse productivos y, secretamente, de obtener los medios necesarios para realizarse como personas. No sólo colaborar, sino construir una propia visión del mundo.

Esa construcción subjetiva, muy querida por Sartre, constituyó la fuente del conflicto social del siglo XX. La gran pregunta fue: ¿para qué trabajamos? ¿Por qué pasamos tanto tiempo haciendo esto? Y mientras se popularizaba la obra de Sartre, nadie sabía bien cuál era la respuesta. El acceso a bienes intelectuales, científicos, tecnológicos y culturales resolvió la cuestión. Ese mundo íntimo, descripto por el filósofo francés, era la búsqueda del “ser en el mundo”. Nuestra propia conciencia acerca las cosas.

El trabajo no es sólo una situación productiva. Es, esencialmente, un eslabón primario. Una excusa para seguir adelante. Pero ¿seguir adelante para qué? ¿Con que motivo? Pues con el proyecto que nos trazamos como personas. Si ese proyecto coincide con una vocación congénita, pues perfecto. Pero si esto no es así, quien sigue estando en lo cierto es Marx: vendo mis capacidades productivas para construir mi mundo, pero acumulando para otro.

Todo parece cierto desde el punto de vista clásico. Razón productiva y razón existencial. Pero adquiere dimensiones extraordinarias cuando el trabajo agrega una razón estructural. Cuando se transforma en un medio para vivir esforzadamente, evitando los atajos del delito. Cuando las sociedades sufren crisis productivas, lo que sufre no es sólo la capacidad de producir sino lo que se conoce como “creación de oportunidades”. El factor más importante de la economía política.

¿Qué significa crear oportunidades? Sin entrar en tecnicismos, crear oportunidades es pedirle a la sociedad que personas instruidas y deseosas de trabajar se incorporen productivamente. Es cuando la economía se expande y esa expansión demanda capacidades que estaban adormecidas. Personas con deseos de cambiar la realidad.

La demanda de trabajo es esencial no sólo como síntoma de crecimiento, sino como oportunidad para integrarse al medio económico. Para “sentir” que estamos colaborando al tiempo que respondemos a las exigencias implacables de nuestro sistema cultural.

Esto es lo que técnicamente se conoce como oportunidad de trabajo. Y ello no sólo implica una sensación productiva, sino una retribución por producir; aquello que nos abre la vidriera de las cosas. Que nos permite acceder a los estímulos y a las posibilidades físicas e intelectuales de progreso.

Cuando una persona vive de sus ingresos, experimenta un arraigo de situación. Quiere que las cosas mejoren. Que los bienes y servicios sean de buena calidad, porque ahora tiene acceso. Y entonces el trabajo se transforma en un hecho esencialmente político. La vida pública comienza a tener valor porque interesa como contexto y como seguridad.

En sociedades como las nuestras, el trabajo es el primer eslabón de la lucha contra la ilegalidad. Contra las formas organizadas del delito que ofrecen atajos cautivantes para “salir de la pobreza”.

El delito organizado produce dos soluciones: permite un rol activo a personas sin necesidad de capacitarse; y resuelve la obtención inmediata de un sustento. Es decir, proporciona valores que la sociedad distingue (un rol y unos ingresos) pero destrozando el sistema de relaciones éticas y morales que constituyen su esencia.

El costo es altísimo. Mientras no se produzcan las oportunidades necesarias (mediante ambientes de innovación, inversión y crecimiento) las personas buscarán modos de vida alternativos. Y esos caminos incluyen la ilegalidad. Son demasiadas las dificultades para “retener” a una persona en la legalidad, mientras el auge del crimen llena las calles de dinero, de ostentación y de dominio.

Resolver el estancamiento no es sólo un anhelo económico. No es sólo salir de la coyuntura para resolver miserias y carencias. Tiene arraigo en la estructura social, en sus contornos marginales y en sus expectativas de futuro. No es el crecimiento como fin. Sino las esperanzas que, discretamente, produce en quienes conviven con la angustia.

 

(*)Doctor en Ciencia Política. Director del Centro de Estudios de Gobierno de la Universidad Católica Argentina, Campus del Rosario