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Maxi, el hombre de los goles importantes

Extracto del relato sobre Maximiliano Rodríguez en el libro "Rosario, cuna de cracks", escrito por el periodista local Nicolás Galliari. El ídolo de Newell's anunció que se retirará del fútbol a fin de año.

Por: Nicolás Galliari

Es un hombre de goles importantes Maximiliano Rodríguez. Un futbolista tocado por la varita mágica que, en muchas oportunidades, sacudió cimientos y fue decisivo para su equipo. Desde Newell’s a la Selección Argentina, dejó una huella que se traduce en títulos conseguidos y clasificaciones épicas a instancias que sus equipos hacía tiempo no visitaban. Un período de una década europea en medio, y el viaje a Uruguay para seguir triunfando en Peñarol. Su nombre es imborrable en los museos de cada club donde jugó. Y a esos goles tan fundamentales es menester darle un contexto en orden cronológico, con el que de la mano se cuenta una carrera atiborrada de presencias en momentos culminantes. Una persona respetada por propios y extraños.

Aún atravesaba los primeros años de carrera cuando recibió el llamado de la selección Argentina Sub 20 que debía, en casa, mostrar ante su público de qué manera había conseguido ser campeón de dos de los tres últimos mundiales. La meta era refrendar los buenos resultados y el buen hacer del proceso de José Pekerman, ante la mirada de cientos de fanáticos que llenaron en cada partido el estadio de Vélez. Era el año 2001, y el combinado juvenil se floreó. Nicolás Burdisso, Javier Saviola, Andrés D’Alessandro, Leandro Romagnoli, Leonardo Ponzio (compañero de Maxi en Rosario), entre otros, celebraron aquel título en el que desplegaron un gran juego, siendo superior a la mayoría de los rivales. Rodríguez se anotó allí como un titular indiscutido, y se inscribió entre los goleadores de la final, un 3-0 ante Ghana. El conjunto había logrado cumplir con las expectativas.

El segundo ocurrió cinco años después, ya siendo parte de la selección mayor que jugó el Mundial de Alemania 2006. Ingresó en el tiempo suplementario del partido de octavos de final, ante México, y convirtió un gol que aún se festeja. Controló con el pecho y sacó un remate prodigioso de volea con su pierna zurda, la inhábil. El balón viajó directo al ángulo del segundo palo, inatajable para el arquero Oswaldo Sánchez. Alzó los brazos y se sumergió en la celebración infinita de sus compañeros. Por fin, Juan Pablo Sorín había escuchado su reclamo de que lo asistan del otro costado del campo, y el lateral izquierdo fue muy preciso en su envío. Lo de Maxi no tuvo comparación, y su gol fue elegido como el mejor de esa Copa del Mundo. Pocos días después, frente al dueño de casa en cuartos de final, anotó su penal en la serie definitoria tras el empate 1-1, pero Jens Lehmann atrapó dos de los otros remates argentinos y se llevó la clasificación.

Viajamos en el tiempo y podemos hallar un sinfín de goles importantes de la Fiera, apodo que le pusieron sus entrenadores de divisiones inferiores en Newell’s, cuando jugaba de delantero y era siempre peligroso en el área rival. Sin embargo, nos adentramos en el año 2014 y nuevamente lo vemos con la indumentaria de su país. El de Brasil fue su tercer Mundial consecutivo, algo de lo que muy pocos jugadores pueden hacer alarde. Había comenzado la competición como titular pero, luego de la primera fecha disputada ante Bosnia, mermó la cantidad de minutos que jugó. Volvió para anotarse una fecha clave más, la del 9 de julio. Durante aquel día patrio, el combinado nacional volvió a una final del mundo tras 24 años. Lo hizo venciendo a Holanda por penales, y el tiro de Maxi Rodríguez fue tan decisivo como especial. Atinó a patear al medio el remate que sentenció la serie, con el que se desató la loca carrera de todos sus compañeros desde la mitad de la cancha. Con suspenso, la pelota ingresó al arco y dictaminó el resultado de la segunda semifinal. El cierre de la historia es conocido, nuevamente con los germanos como verdugos.

Dos años después, ya como hombre insignia, figura irremplazable y relevante del NOB que volvió a su esencia con los regresos de apellidos contrastados, el dueño de la camiseta número ‘11’ logró anotar el gol que definió un clásico como visitante. Ante la mirada de los hinchas locales, sin público rojinegro, definió al segundo palo a la salida de un córner. Fue la última acción del partido, un instante imborrable para los simpatizantes. De esa manera, el club de Parque Independencia puso coto a una racha muy adversa: llevaba casi ocho años y diez clásicos sin vencer al acérrimo adversario. Maxi ya había convertido en el Gigante de Arroyito con anterioridad, pero el partido se había saldado con derrota.

El gol que certificó la victoria en territorio ajeno se inscribe como uno de los más importantes, pero el rosarino regó de rendimientos excelsos su segundo paso por la institución. El lugar que lo había cobijado desde muy joven, en el que jugó durante tres años (con breve paso intermedio por Talleres de Córdoba, sin minuto alguno) para luego dar el salto a Europa, lo recibió con honores. Desde la dirigencia se contactaron para hacerle saber que precisaban de sus servicios, por el momento complicado que vivía el club. Hizo todo lo posible y abandonó su grata estadía en Liverpool, donde aún hoy lo recuerdan con cariño y elogios. En la ciudad de The Beatles querían renovarle el contrato por otras dos temporadas, aunque acabaron por rendirse ante el deseo máximo de Rodríguez.

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