Roldán Puras Historias

El cine de barrio

Contar con una sala cinematográfica era un absoluto privilegio para cualquier localidad, Roldán tenía dos en sólo cinco cuadras: el Centro Cosmopolita y la Sociedad Sportiva Recreativa.

Idea, Guión y Dirección: Darío Ávila

Algunos años atrás, sin el agobio de la tele o internet, sin la comodidad e inmediatez de los DVD o blue-ray, nuestro lugar de entretenimiento por excelencia, era el cine. Nada se le comparaba, por calidad, por belleza, por sus generosas dimensiones. Era la posibilidad cierta de vivir otras vidas, otras realidades, otros sueños. De volar. Allí dentro todo era posible y solo por dos pesos. Llegábamos en bicicleta a mirar los afiches publicitarios y después hacíamos nuestros propios programas. En los carteles se podía leer: “Jueves función. Sábado trasnoche. Domingo matiné. Hoy Gran estreno”.

Contar con una sala cinematográfica sería un absoluto privilegio para cualquier localidad, Roldán tenía dos en sólo cinco cuadras: el Centro Cosmopolita “Unión y Progreso” ubicado en la calle López al 600 (hoy La Casa de la Cultura) y la Sociedad Sportiva Recreativa frente a la plaza 25 de Mayo. Ambas instituciones eran archirrivales y “enemigos públicos” declarados, los más fundamentalistas consideraban que no había que pisar jamás terreno hostil o adversario, el resto de los mortales podíamos disfrutar de los dos lugares de igual forma.

Aunque cualquier día era perfecto, el momento ideal eran los días de lluvia…, y allá íbamos todos felices “cantando bajo la lluvia”.

Cuando la luz se apagaba y la chica de la antorcha aparecía, o el león de la Metro comenzaba a rugir, el espectáculo daba comienzo y había que callarse. Aunque era común escuchar algún grito o carcajada, o ver pasar algún objeto volador no identificado, en líneas generales, todos hacían silencio. Cada género tenía su encanto: el suspenso, el terror, la comedia, la ciencia ficción, las bélicas, las de acción, el cine épico, el de época. Chaplin y su siempre genialidad atemporal. El misterio y la intriga inagotable de Alfred Hitchcock. El inigualable Jerry Lewis. Las locuras de Mel Brooks y su “Joven Frankenstein”. James Bond y su licencia para matar. La enorme Sofía Loren, “ese oscuro objeto del deseo” de la platea masculina. Aunque rara vez eran estrenos y la calidad de las cintas algo dudosas, poco importaba, mirábamos todo igual, también las eróticas, cuando lográbamos infiltrarnos, eso incluyendo los films clase B de la Coca Sarli, que hoy son casi una pintura naif.

Los western eran mis preferidas: “Por un puñado de dólares”, “El bueno el malo y el feo”, “Erase una vez en el Oeste”. Clint era el mejor de todos, aunque había algunos villanos que inspiraban el más absoluto de los respetos, como Lee Van Cleef, dos grosos del cine del lejano oeste. Podíamos ser muy malos o muy buenos durante una hora y media. Ser un despiadado forajido o el muchacho que salva a la chica rubia, que aunque voluptuosa, siempre era una indefensa mujer que nos llenaba de ternura a todos. Un pueblo perdido en el medio de la nada. El extraño que llega. El ruido de las botas en terreno árido. El caballo, el viento, el polvo. La oficina de sheriff. Los que están apostados sobre los techos. El banco, esa peligrosa e irresistible tentación. La taberna, un reducto de borrachos y jugadores

empedernidos, una historia que jamás terminaba bien, después de cada gresca o trifulca, alguien volaba por la ventana. Por supuesto, todos aplaudíamos.

Pero mientras adentro, todo era tiros y líos, afuera, casi como una escena paralela, el pueblo vivía increíblemente la más absoluta de las calmas. Cuando el timbre sonaba y el intervalo llegaba a su fin, había que volver corriendo y recuperar el asiento perdido.

Quizás el mejor homenaje al cine de pueblo sea Cinema Paradiso, una maravilla visual y de exposición narrativa, un verdadero golpe mortal a nuestros sentidos, el mejor cine italiano y quizás el mejor Giuseppe Tornatore. Toto y Alfredo, una dupla bellísima, que difícilmente pueda ser superada. La película es nostalgia y sensibilidad pura. Poesía. Cada fotograma una verdadera obra maestra y un certero ataque al corazón. Allí se dan cita todos los personajes habidos y por haber en cualquier cine de pueblo: el que se duerme, el insoportable que te cuenta el film, el que hace ruido, el acomodador y su linterna, el vendedor de golosinas, el loco, la parejita del fondo que no tiene idea lo que están proyectando. Si hasta le podríamos poner nombre y apellido a cada uno. Así era el Centro, así era la Sportiva, ni más ni menos, con los mismos personajes, con los mismos defectos y virtudes. Dos hermosos emblemas de la ciudad que aunque ya no funcionen como tal, por suerte, no acabaron siendo playa de estacionamiento.

Imagino que cada uno tendrá guardado en su memoria sus propias vivencias, sus relatos, sus momentos especiales, también aquellas películas de preferencia. Todos fuimos de alguna manera protagonistas, o al menos los infaltables actores de reparto de esta hermosa historia. La experiencia era colectiva, pero las sensaciones, definitivamente individuales. Como nota de color recuerdo haber visto “Atrapados sin salida” de Milos Forman, al revés, el que manejaba el proyector invirtió las cintas, el film que se desarrollaba en un hospital psiquiátrico y ganadora de numerosos premios internacionales, se volvió de pronto un bodrio inentendible. Con justa razón, el pobre y querido Faden se ganó una enorme silbatina y todos los abucheos.

No recuerdo cuándo fue la última función, o cuándo nos paramos por última vez frente a la boletería. Hubo una elipsis temporal y todo pasó casi sin darnos cuenta, de pronto los tiempos y nuestras costumbres habían cambiado. “El Mundo del Espectáculo” en technicolor y cinemascope cedía paso a la “Función privada” del home cinema. Ahora las nuevas tecnologías ofrecen en cada hogar, imagen en alta definición, enormes formatos y sonido envolvente en 5, 7, 9 y 11.1.

Pero el cine es el cine y jamás dejará de ser nuestro “Paraíso”, nuestro templo sagrado, el sitio por excelencia, lo que el tiempo no pudo ni podrá llevarse nunca. Sólo cinco cuadras separaban una sala de la otra, apenas había que doblar la esquina. El Centro Cosmopolita “Unión y Progreso” y la Sociedad Sportiva Recreativa, dos históricos y archirrivales clubes de barrio, que más allá de sus diferencias y desencuentros, serán por siempre sinónimo de cine, entretenimiento y un orgullo enorme para la ciudad.

THE END